miércoles, 11 de febrero de 2015

EPILOGO




Cuando Paula salió del dormitorio para buscar algo de beber, encontró a Pedro completamente vestido y leyendo el periódico. Por supuesto, sabía que se había levantado de la cama; pero no imaginaba que hubiera pasado tanto tiempo desde que ella se volvió a dormir.


Al parecer, los médicos se habían equivocado al afirmar que se sentiría con más energías a medida que se acercara la fecha del parto. Estaba durmiendo tanto como durante los tres primeros meses.


—Buenos días —dijo él, al verla.


—Vaya, veo que quieres impresionar al tribunal con tu aspecto. ¿Sabes que estás muy sexy con corbata?


Él se aflojó un poco el nudo, como si le molestara.


—Qué remedio. Se rumorea que la corbata es una prenda conveniente cuando estás a punto de hablar ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos —ironizó—. Pero espero que a los jueces no les parezca sexy… lo encontraría muy inquietante.


—No sé lo que pensarán ellos, pero a mí me encanta.


Paula se acercó, lo besó en los labios y dijo:
—Suerte con el caso.


—Gracias, pero no creo que la necesite. Tengo el apoyo de la constitución… Ah, casi lo olvidaba. Ayer llegó una cosa para ti, pero te quedaste dormida y no te lo pude decir.


Pedro alcanzó su maletín y sacó un sobre blanco con el membrete de la universidad. Cuando Paula lo vio, se emocionó tanto que dijo:
—Ábrelo tú, por favor. Yo no tendría fuerzas ni para leer lo que dice.


Pedro miró el sobre y sonrió.


—¿Seguro que quieres que lo abra? No me parece necesario. Ya sabes lo que contiene… felicidades, Pau. Por fin lo has conseguido.


—Gracias por el voto de confianza, pero…


—Mira que eres insegura cuando quieres. ¿No has visto a quién va dirigido el sobre? Aquí dice Doctora Paula Chaves. Y eso solo puede significar una cosa… que te han concedido la licencia para ejercer como psicóloga clínica.


Paula sonrió de oreja a oreja.


—Pues ya que puedo ejercer, ¿quieres que haga algo para satisfacer las necesidades de tu salud mental? —preguntó con malicia.


Pedro le pasó los brazos alrededor de la cintura.


—Bueno, podrías tranquilizarme un poco.


—Por supuesto. ¿Necesitas afirmaciones positivas? 
Entonces, repite conmigo… soy un gran abogado. Voy a meterme al Tribunal Supremo en el bolsillo.


Pedro sacudió la cabeza.


—No, yo no estaba pensando en eso. Me refería a que aceptes casarte conmigo antes de tener el niño.


—Está bien; te prometo que me casaré contigo antes de dar a luz. Y para celebrar que ya se han solucionado mis problemas profesionales, te permito que elijas la fecha.


—La semana que viene.


—Trato hecho. Pero te advierto que profesionalmente no podré ser la doctora Alfonso hasta que renueve la licencia.


—Bueno, eso no me importa.


—¿En serio?


—Por supuesto que no. Me da igual que seas la doctora Paula Chaves, la doctora Paula Alfonso o el doctor Zhivago.


Paula se rio.


—No, nada de doctor Zhivago… aunque te confieso que lo de volver a ser la señora de Pedro Alfonso me va a resultar extraño.


—¿Por qué?


—Porque será la segunda vez que me pasa. Además, hasta el año pasado seguía recibiendo cartas a nombre de Paula Alfonso.


—Bueno, no te preocupes por eso. Ya no tendrás que cambiarte de apellido otra vez… Ni tendrás que mudarte a Canadá.


—¿En serio que no te importa lo del apellido?


Pedro la besó en la frente.


—¿Cómo me va a importar? Mientras seas mía, lo demás carece de importancia.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


—Creo que es lo más bonito que me has dicho nunca…


Pedro la miró con sorpresa.


—Y eso que has dicho es realmente triste, Pau. Si es verdad, no me extraña que te divorciaras de mí.


—No, me divorcié de ti porque no me dabas lo que yo necesitaba.


—¿Y ahora te lo doy?


Paula fingió que se lo estaba pensando. Pero la respuesta era tan sencilla que no se necesitaba ser psicóloga para conocerla.


—Ahora me das todo lo que podría desear.





CAPITULO 25




Al verlo, Paula se sintió avergonzada. No estaba segura de haber manejado bien la situación. Cabía la posibilidad de que Pedro se hubiera molestado por el método que había elegido para ponerse en contacto con él.


—Hola, Pedro —acertó a decir, tímidamente.


—¿Qué estás haciendo aquí?


—Te llamé varias veces esta mañana, pero como no me devolvías las llamadas, decidí probar suerte con el programa —respondió—. No quería causarte problemas, Pedro. Tal vez no debería haberlo hecho; tal vez… en fin, te pido disculpas. Siempre me las arreglo para tener que pedirte disculpas.


Pedro no dijo nada. Parecía haberse quedado sin palabras. Y las personas que estaban a su alrededor los miraban ahora sin disimulo alguno, encantados con la escena.


—Anda, sígueme, Pau.


Paula lo siguió sin protestar hasta la escalera. Cuando ya estaban a solas, Pedro se giró y la besó apasionadamente.


Todavía estaba sin aliento cuando él se apartó de ella y le acarició el cabello.


—Acepto tus disculpas si tú aceptas las mías.


—¿Las tuyas?


Paula asintió.


—Tenías razón sobre unas cuantas cosas. De hecho, había tomado la decisión de ir a Carbondale cuando terminara el programa, para decírtelo en persona.


—¿En serio?


—He sido muy egoísta contigo. Otra vez.


—Bueno, yo tampoco lo he hecho muy bien… —admitió.


—¿Lo ves? Hacemos una pareja perfecta. Nadie podría estar a nuestra altura en cuestión de errores —bromeó él.


Pedro, quería decirte que lo de Carbondale…


Pedro la interrumpió.


—Olvídalo, Pau. Tú misma dijiste que solo van a ser seis meses. Encontraremos una solución.


—¿Tan fácil como eso?


—Tan fácil como eso.


Paula bajó la cabeza un momento y empezó a decir, en voz baja:
Pedro, yo…


—¿Sí, Pau?


—Estoy enamorada de ti. A decir verdad, creo que siempre he estado enamorada de ti —le confesó de repente.


Pedro le dedicó una sonrisa encantadora.


—Me alegro, porque a mí me ocurre lo mismo.


Paula se emocionó tanto que se acercó a él, le pasó los brazos alrededor del cuello y le dio un largo beso en la boca.


Desgraciadamente, el productor de Pedro apareció justo entonces.


—Siento interrumpir, pero… ¿qué quieres que haga con el programa? La gente no deja de llamar.


Pedro besó a Paula en la frente y dijo:
—¿Te acuerdas de Mauricio? Seguro que lo has visto alguna vez en la radio. Es el sustituto de Julieta.


—Hola. Mauricio. Siento haberte causado tantos problemas.


—Hola, doctora Paula. Me alegra que hayas vuelto… ¿Y bien? ¿Qué hacemos, Pedro?


—Di a los oyentes que Pedro Alfonso y la doctora Paula hablarán dentro de unos minutos y harán un anuncio importante.


—De acuerdo.


Mauricio se marchó rápidamente. Pedro quiso retomar las cosas donde las había dejado con Paula, pero ella le puso una mano en el pecho y declaró:
—Tengo que confesarte otra cosa, Pedro.


—¿De qué se trata? —preguntó, mientras le besaba el cuello.


—De…


—Bueno, habla de una vez…


—Está bien; pero antes de decirlo, quiero que sepas que no tiene nada que ver con lo que he dicho antes. Nada en absoluto —insistió—. Simplemente, me parece que tienes derecho a saberlo.


Él frunció el ceño.


—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo?


—No, no ha pasado nada malo; al menos, desde mi punto de vista —contestó, incómoda—. Es que…


—¿Por qué no me lo dices de una vez?


Ella respiró hondo.


—Estoy embarazada.


Pedro se quedó boquiabierto. Se llevó una sorpresa tan grande que tardó varios segundos en poder hablar.


—¿Estás segura?


—Completamente. Sé que tenemos muchas cosas que discutir y muchas cosas que solucionar todavía, pero…


Él borró toda su inquietud con otra sonrisa.


—No te preocupes por eso; como he dicho antes, encontraremos una solución. De hecho, creo que ya la he encontrado… cásate conmigo, Pau.


Paula lo miró con asombro.


Pedro, no te he dicho lo de mi embarazo para que me propongas el matrimonio.


—Ni yo te lo propongo por el niño. Él solo es un plus.


—¿Él? Podría ser una niña —puntualizó. 


Pedro volvió a sonreír.


—Sí, supongo que también es posible. Pero ven conmigo… vamos a darle la buena noticia a Mauricio y a los seguidores del programa.


Pedro la tomó de la mano y la llevó a la emisora.


Mientras caminaban, Paula pensó que, si alguien le hubiera dicho un mes antes que se iba a casar por segunda vez con Pedro Alfonso, lo habría tomado por loco.


Pero las cosas cambiaban. Y con los cambios, surgían posibilidades nuevas.


Incluso la posibilidad de un final feliz.





CAPITULO 24





Pedro no dejaba de mirar el reloj mientras aconsejaba a sus seguidores. Hasta entonces, las preguntas de los oyentes se dividían a partes iguales entre el anuncio de cambio de formato del programa y los cotilleos sobre el divorcio de un par de famosos de Hollywood, que mantenían un litigio por las condiciones del contrato prematrimonial que habían firmado en su momento.


Sin embargo, y a pesar de sus intentos por mantener las conversaciones lejos de su vida privada, la audiencia seguía empeñada en tirarle de la lengua. Pero Pedro los mantenía a raya y se atenía al tema de aquella noche; precisamente, los acuerdos prematrimoniales.


Patricia, de Milwaukee, se mostró especialmente agresiva con el divorcio de los dos famosos. A Pedro le pareció bastante extraño, teniendo en cuenta de que se trataba de las vidas de dos personas a las que ni siquiera conocía.


—Patricia, yo no he visto su acuerdo prematrimonial, así que desconozco sus cláusulas. Pero el adulterio no es motivo suficiente de divorcio en California.


—¿Cómo puede ser? Si ella se ha acostado con otro…


Pedro ya estaba harto de los cotilleos de la gente. Por fortuna, solo faltaban veinte minutos para el final del programa.


—Es mejor que no especulemos sobre la vida privada de otras personas. Lo importante del asunto es el ejemplo que supone a efectos jurídicos. Demuestra que los acuerdos prematrimoniales no son siempre definitivos.


A continuación, hizo un gesto a Mauricio, el sustituto de Julieta, para que cortara la llamada y le pasara una nueva.


Cuando escuchó su voz, se quedó perplejo.


—Hola, Pedro. Soy Paula, de… Carbondale.


—¿Cómo?


Al notar el desconcierto de Pedro, Mauricio decidió intervenir para echarle una mano.


—¿En qué te podemos ayudar, Paula? ¿Tienes una pregunta qué hacer? ¿O tal vez algún comentario?


—Las dos cosas. Ayer tuve ocasión de oír tu entrevista con Bruce Malaney.


—¿Y? —preguntó Pedro.


—Mi pregunta es sobre las posibilidades y los cambios de los que hablaste. Por mi trabajo, debería estar acostumbrada a ellos; pero últimamente no me llevo muy bien con la idea —respondió.


—Bueno, es lo que suele ocurrir con esas cosas. Si no aprovechas las posibilidades que surjan, te quedas sin opciones.


—Sí, Pedro, lo sé. Pero ¿cómo puedes saber que una posibilidad merece la pena? ¿Cómo puedes saber que hay que apostar por una relación?


Para entonces, todo el mundo se había dado cuenta de que la Paula que llamaba desde Carbondale era nada más y nada menos que Paula Chaves, la exmujer de Pedro. Y lógicamente, la audiencia del programa aumentó de inmediato.


—No estoy seguro de ser la persona más adecuada para responder a esa pregunta, Paula. No soy especialista en relaciones amorosas, sino en divorcios.


—Al contrario, Pedro Alfonso. Tú eres la persona más adecuada. La mía no era una pregunta genérica, sino específicamente dirigida a ti.


—Paula, no estoy seguro de que hablar de nosotros en público sea conveniente…


—Puede que no, pero quiero pedirte disculpas. Te echo de menos. Me equivoqué contigo… y quiero hablar de las opciones que tenemos. Si es que aún quieres, por supuesto.


Pedro tragó saliva.


—Paula…


—¿Sí, Pedro?


—Yo también quiero hablar contigo, pero preferiría hacerlo en privado.


Paula tardó unos segundos en replicar.


—Sí, tienes razón. Esperaré hasta que termines el programa.


—Un momento, no te vayas todavía… ¿dónde estás?


—En el vestíbulo del piso catorce. El guardia de seguridad no me dejaba subir a la emisora, y el recepcionista…


—Quédate ahí. Voy a buscarte ahora mismo —afirmó—. Mauricio, pasamos a publicidad…


Pedro no perdió el tiempo; se levantó de la silla, se quitó los cascos y salió del estudio tan deprisa como pudo.


Cuando llegó al piso catorce, Paula lo estaba esperando entre un grupo de gente que la miraba con curiosidad.




martes, 10 de febrero de 2015

CAPITULO 23



Pedro se sentía vacío. Tras varias semanas de compartir su tiempo y su cama con Paula, la ausencia de su ex se le hacía insoportable. Había intentado retomar sus rutinas, pero nada iba bien. De todas sus ocupaciones, la única que todavía le interesaba era el caso del estudiante de Simon, al que se dedicaba en cuerpo y alma.


No era feliz. No lo era en absoluto. Aunque había otra persona que compartía o incluso superaba su infelicidad; la persona con la que estaba hablando por teléfono en ese mismo momento. Andy.


—Esa chica del libro de jardinería te ha adelantado en la lista de ventas.


—¿Y qué? Todavía soy el número ocho. No se puede decir que me haya hundido hasta las catacumbas.


—De todas formas, deberías volver a las giras y a las presentaciones.


—No tengo tiempo para eso. El caso del que te hable me tiene muy ocupado.


—Ya, pero ese caso no paga tus facturas.


—El dinero no lo es todo, Andy.


—Puede que no, pero ese caso es tan aburrido como poco rentable.


—¿Aburrido? ¿Cómo puede ser aburrido un caso que afecta a los derechos constitucionales de los ciudadanos? Te pedí que hicieras algo para que llamara la atención de los medios,Andy —le recordó.


—Me temo que no está en mi mano, Pedro. A la gente no le interesa. Si quieres volver a las portadas de los periódicos, tendrás que sacarte otra ex de debajo de la manga.


—Oh, no —dijo, horrorizado—. Con una ex ya tengo de sobra.


—Vamos, Pedro, tienes que darme algo con lo que pueda trabajar; algo que pueda usar para aumentar las ventas…


—La constitución es algo importante.


Andy gimió.


—¿Quieres matarme de un disgusto, Pedro? ¿Por qué no llamas a la doctora Paula y le preguntas si está interesada en…?


—No.


—Hacéis una pareja perfecta en la radio. Podríais hacer un programa semanal y…


—No.


—¿Y si la llamo yo?


—No —insistió—. Y no hay más que hablar.


Andy suspiró otra vez.


—Está bien, como quieras. ¿Te interesaría participar en una subasta de solteros?


—¿Cómo? Creo que has bebido demasiado, Andy. Llámame otra vez cuando estés sobrio. Adiós.


Pedro colgó el teléfono y sonrió. Disfrutaba molestando a su agente.


Poco después, su secretaria lo llamó por el intercomunicador del despacho.


Pedro, tienes visita. Se ha presentado como la doctora Julia Moss.


Pedro reconoció el nombre enseguida; sabía que era una amiga de Paula porque su ex le había hablado de ella.


—Dile que pase.


—Está bien, como quieras…


Su secretaria lo dijo con un tono de voz tan extraño que Pedro sintió curiosidad. Pero comprendió lo que sucedía cuando Julia entró en el despacho.


El hombre que la seguía dejó una mesita en el suelo y se presentó a continuación. Era la mesita que Pedro le había regalado a Paula.


—Encantado de conocerte. Soy Nate Adams; trabajaba con Paula en la clínica de la doctora Weiss.


—Y yo soy Julia Moss

.
—Sí, creo que Paula me habló de vosotros en alguna ocasión.


—Excelente, porque ella también nos ha hablado de ti. Así nos podemos ahorrar las presentaciones e ir al grano.


La hostilidad de Julia era obvia, pero Pedro intentó mostrarse educado.


—¿En qué os puedo…?


—Solo hemos venido a devolverte la mesa —lo interrumpió Julis—. Habríamos venido antes, pero Nate necesitaba ayuda. Pesa más de lo que parece.


—Lo sé.


Julis carraspeó.


—En fin, Paula nos pidió que le hiciéramos este favor y ya se lo hemos hecho. Será mejor que nos marchemos y te dejemos con tu importante vida de famoso.


Pedro hizo caso omiso del comentario.


—¿Qué tal está? No he sabido nada de ella desde que se marchó. ¿Cómo le van las cosas? —quiso saber.


—Creo que le va bien —dijo Nate, incómodo—. Yo tampoco hablo mucho con ella… está en Carbondale y, según parece, está haciendo un gran trabajo.


—Me alegro por ella.


—Sí, nosotros también nos alegramos por ella —dijo Julia—. Ha recuperado su vida, aunque no precisamente por ti… Nate, ¿podrías esperar fuera un momento? Necesito hablar a solas con el señor Alfonso.


—Por supuesto.


Nate se despidió de Pedro y se marchó.


—Seré sincera contigo —declaró Julia.


Pedro se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.


—Adelante.


—No me caes bien.


—Ya me había dado cuenta —ironizó.


—De hecho, creo que eres un estúpido. Pero debo decir en tu defensa que Paula tampoco ha sido muy razonable contigo.


—Dime, ¿vas a llegar a alguna parte? ¿O solo querías insultarme en mi propio despacho? —la desafió.


—Te equivocas conmigo, Pedro. A decir verdad, yo estaba antes de tu parte.


—Por qué será que me resulta difícil de creer…


—Cree lo que quieras, pero es verdad. Estuve de tu parte hasta que dijiste todas esas tonterías en tu programa de radio. Ese mismo día, le recomendé a Paula que se marchara y se fuera tan lejos de ti como le fuera posible… La mesita lleva dos semanas en el salón de mi casa —afirmó.


—Bueno, pues ya la has traído. Gracias, doctora Moss.


—No hay de qué, señor Alfonso.


Antes de salir del despacho, Julia lo miró una vez más y dijo:
—Sé que Paula tiene intención de volver a Chicago. Si para entonces decide asesinarte, no seré yo quien se oponga.


—Y supongo que tú le ofrecerías la pistola…


—Lo que necesite.


Pedro cerró la puerta y se sentó. Tras la conversación con Julia, empezaba a dudar seriamente de la salud mental de los psicólogos. Sin embargo, la broma sobre asesinarlo le dio que pensar; era evidente que Pedro ya no era la misma; había cambiado y se había transformado en una mujer capaz de salir adelante por sus propios medios y de solucionar sus propios problemas.


Él lo sabía desde que entró en la librería, durante la presentación de su libro; pero había hecho caso omiso porque, en el fondo, creía que solo estaban retomando su antigua relación. Y no era así.


La situación era completamente distinta. Paula era distinta. Aunque las cosas hubieran terminado de la misma forma, con otra separación.


Pero no era demasiado tarde. Aún podía salvar algo del desastre.



* * *


El jueves se había convertido en el día favorito de Paula.


Había una buena razón para ello: la mayoría de sus pacientes eran personas enganchadas a algún tipo de sustancia tóxica, pero los jueves era el día de los grupos de terapia y se podía relajar un poco.


Además, los problemas con las adicciones solían tener complicaciones añadidas, de carácter familiar o legal, que los volvían especialmente deprimentes y desmoralizadores.


Deprimentes, porque estaba cansada de ver familias destrozadas. Desmoralizadores, porque no podía hacer gran cosa por ellos; en general, el daño ya estaba hecho y su papel consistía en poco más que ayudar a recoger los restos de unas vidas rotas.


No todos los psicólogos tenían la fuerza necesaria para afrontar esos casos. Y en los últimos tiempos, le resultaba más duro de lo normal.


Paula se conocía bien y sabía que su agotamiento y su pesimismo no se debía tanto al carácter de los casos que trataba como a sus propios problemas. Sin embargo, eso no cambiaba las cosas.


Para empeorarlo todo, no sabía qué hacer con su escaso tiempo libre. Estaba tan ocupada con el trabajo que no había tenido ocasión de conocer la ciudad ni de hacer amigos; y cuando encontraba un hueco, no le quedaban fuerzas para hacer otra cosa que ver la televisión o mantener conversaciones telefónicas con su madre o con Julia.


Se aburría.


Se sentía sola.


Y estaba embarazada.


La reaparición de Pedro Alfonso había dejado una huella tan profunda en su vida que no podía huir de ella.


Mudarse a Carbondale no había servido para olvidarlo. Por mucho que intentara concentrarse en su trabajo y en sus responsabilidades, él siempre estaba allí, acechando los márgenes de su concentración. Y cuando se quedaba dormida, él acechaba sus sueños y ella se sentía vacía y frustrada al despertar.


De hecho, había estado a punto de no dar importancia al retraso con la regla. Pensó que sería por el estrés y por su obsesión con Pedro, que se manifestaba hasta de forma física.


Pero estaba muy equivocada.


Sus problemas no hacían más que empeorar. De no poder sacar a Pedro de sus pensamientos, había pasado a no poder sacarlo y a llevar un hijo suyo en su vientre.


Era un desastre.


Tenía la sensación de que el universo la odiaba. Primero se había enamorado de él; después, se habían divorciado; más tarde, había dedicado seis años de su vida a olvidarlo; luego, se había enamorado nuevamente de él; y por último, se quedaba embarazada cuando ni siquiera habían discutido la posibilidad de tener un hijo.


Estaba tan desesperada que sentía la necesidad de tirarse de los pelos. Pero al menos, había aprendido a ser sincera con ella misma.


Ahora admitía que estaba enamorada de él y que, probablemente, siempre lo había estado. Ahora admitía la verdad, y como psicóloga que era, sabía que admitir la verdad era el primer paso para cambiar las cosas.


Pero le dolía terriblemente. Se sentía derrotada.


Además, su ruptura con Pedro le resultaba más dolorosa que la anterior. Aunque estaba tan enfadada como entonces, el enfado no la aliviaba en absoluto. Y ya no le importaba quién tenía razón o dejaba de tenerla, porque la razón tampoco aliviaba su angustia.


Si hubiera sido posible, se habría subido al coche, habría vuelto a Chicago y se habría disculpado ante Pedro.


Desgraciadamente, no podía volver. Estaba convencida de que su exmarido ya no quería saber nada de ella.


No obstante, también sabía que tendría que hablar con él en algún momento. Debía saber que se había quedado embarazada y no lo podía mantener en secreto. No habría sido justo ni para él ni para ella ni, en última instancia, para el niño.


Pero de momento, solo quería deleitarse en la autocompasión.


Era lo más fácil.


Solo quería estar todo el día en la cama y refugiarse en el victimismo y en el dolor. Y en eso estaba cuando sonó el teléfono.


Consideró la posibilidad de dejarlo sonar, pero el número que aparecía en la pantalla era el de su amiga Julia.


—¿Dígame?


—Hola, Paula, soy Julia. Enciende la radio ahora mismo.


—¿La radio? ¿Para qué? —preguntó, extrañada.


—Tú enciéndela. Se trata de Pedro. Tienes que oírlo.


Paula se estremeció.


—Eso no puede ser. Pedro no tiene programa esta noche.


—Pues está hablando con Bruce Malaney. Y adivina de quién…


—¿De quién?


—De ti.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, pero hizo caso a su amiga y encendió la radio.


—¿Ya la has encendido?


—¡Calla! ¡Intento oír lo que dice!


—¿Es verdad lo que se dice por ahí, Pedro? —preguntó Bruce Malaney en ese instante—. Se rumorea que Paula Chaves es directa o indirectamente responsable de que vayas a cambiar el formato de tu programa de radio.


Paula se quedó atónita.


—Paula solo es responsable de haberme ayudado a abrir los ojos, personal y profesionalmente —contestó Pedro—. En su formato actual, mi programa ya ha cumplido sus objetivos. Además, he descubierto que no puedes ayudar a la gente con diez minutos de clichés sin la menor profundidad.


Paula se mordió el labio, incrédula.


—¿Y qué vas a hacer ahora, Pedro? Antes me has dado largas para no responder, pero tengo que repetir la pregunta.


Pedro respiró hondo.


—No quiero seguir con la rutina de siempre. Mi situación con Paula me demostró que estaba atascado. La gente tiene miedo a los cambios, a abrir puertas y ver lo que sucede… voy a explorar algunas de las posibilidades de un cambio.


Bruce soltó una carcajada.


—Por tu forma de hablar, cualquiera diría que tu próximo libro va a ser un manual de autoayuda —se burló.


—Creo que las últimas semanas han demostrado claramente que soy la última persona del mundo que debería dar consejos a los demás. Con toda sinceridad, creo que esas cosas deberían estar en manos de profesionales como Paula.


—Bien, amigos, vamos a pasar a publicidad durante unos minutos. Volveremos enseguida con ustedes y con Pedro Alfonso.


Paula no podía creer lo que acababa de oír. Sencillamente, no podía.


—¿Paula? —preguntó Julia.


—Sí, sí, sigo aquí… ¿Has oído lo mismo que yo?


—Por supuesto. Le ha faltado poco para disculparse contigo en público. E incluso te ha llamado profesional…


—No sé, tengo miedo de darle más importancia de la que tiene.


—Pues yo diría que tiene más importancia de la que crees. Pedro ni siquiera podía saber que estarías oyendo el programa. Ha sido todo un caballero. Si yo estuviera en tu lugar, le llamaría por teléfono.


—¿Y qué le dirías?


—Para empezar, me disculparía por comportarme como una histérica.


Paula empezó a caminar de un lado a otro.


—Sí, tienes razón… le llamaré esta noche y le pediré disculpas. Veré si acepta mi rama de olivo.


—Una idea excelente.


—¿Y qué pasará si no es verdad, si no ha cambiado? Puede que solo haya dicho eso para quedar bien con los oyentes de la emisora.


—Es una posibilidad, sí, pero no saldrás de dudas hasta que hables con él.


—Tienes razón. Debo hablar con él.


—Magnífico.


—¿Puedo quedarme a dormir en tu casa?


—¿En mi casa? ¿Es que vas a venir a Chicago? —preguntó con extrañeza.


—Sí, he decidido que hablar por teléfono con Pedro no sería suficiente. Quiero hablar con él en persona. Iré a verlo a primera hora de la mañana.


—Eres muy valiente…


Paula no se sentía nada valiente. Sabía que, si había malinterpretado las palabras de Pedro, se iba al llevar una gran decepción.


Pero tenía que arriesgarse.