miércoles, 11 de febrero de 2015
EPILOGO
Cuando Paula salió del dormitorio para buscar algo de beber, encontró a Pedro completamente vestido y leyendo el periódico. Por supuesto, sabía que se había levantado de la cama; pero no imaginaba que hubiera pasado tanto tiempo desde que ella se volvió a dormir.
Al parecer, los médicos se habían equivocado al afirmar que se sentiría con más energías a medida que se acercara la fecha del parto. Estaba durmiendo tanto como durante los tres primeros meses.
—Buenos días —dijo él, al verla.
—Vaya, veo que quieres impresionar al tribunal con tu aspecto. ¿Sabes que estás muy sexy con corbata?
Él se aflojó un poco el nudo, como si le molestara.
—Qué remedio. Se rumorea que la corbata es una prenda conveniente cuando estás a punto de hablar ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos —ironizó—. Pero espero que a los jueces no les parezca sexy… lo encontraría muy inquietante.
—No sé lo que pensarán ellos, pero a mí me encanta.
Paula se acercó, lo besó en los labios y dijo:
—Suerte con el caso.
—Gracias, pero no creo que la necesite. Tengo el apoyo de la constitución… Ah, casi lo olvidaba. Ayer llegó una cosa para ti, pero te quedaste dormida y no te lo pude decir.
Pedro alcanzó su maletín y sacó un sobre blanco con el membrete de la universidad. Cuando Paula lo vio, se emocionó tanto que dijo:
—Ábrelo tú, por favor. Yo no tendría fuerzas ni para leer lo que dice.
Pedro miró el sobre y sonrió.
—¿Seguro que quieres que lo abra? No me parece necesario. Ya sabes lo que contiene… felicidades, Pau. Por fin lo has conseguido.
—Gracias por el voto de confianza, pero…
—Mira que eres insegura cuando quieres. ¿No has visto a quién va dirigido el sobre? Aquí dice Doctora Paula Chaves. Y eso solo puede significar una cosa… que te han concedido la licencia para ejercer como psicóloga clínica.
Paula sonrió de oreja a oreja.
—Pues ya que puedo ejercer, ¿quieres que haga algo para satisfacer las necesidades de tu salud mental? —preguntó con malicia.
Pedro le pasó los brazos alrededor de la cintura.
—Bueno, podrías tranquilizarme un poco.
—Por supuesto. ¿Necesitas afirmaciones positivas?
Entonces, repite conmigo… soy un gran abogado. Voy a meterme al Tribunal Supremo en el bolsillo.
Pedro sacudió la cabeza.
—No, yo no estaba pensando en eso. Me refería a que aceptes casarte conmigo antes de tener el niño.
—Está bien; te prometo que me casaré contigo antes de dar a luz. Y para celebrar que ya se han solucionado mis problemas profesionales, te permito que elijas la fecha.
—La semana que viene.
—Trato hecho. Pero te advierto que profesionalmente no podré ser la doctora Alfonso hasta que renueve la licencia.
—Bueno, eso no me importa.
—¿En serio?
—Por supuesto que no. Me da igual que seas la doctora Paula Chaves, la doctora Paula Alfonso o el doctor Zhivago.
Paula se rio.
—No, nada de doctor Zhivago… aunque te confieso que lo de volver a ser la señora de Pedro Alfonso me va a resultar extraño.
—¿Por qué?
—Porque será la segunda vez que me pasa. Además, hasta el año pasado seguía recibiendo cartas a nombre de Paula Alfonso.
—Bueno, no te preocupes por eso. Ya no tendrás que cambiarte de apellido otra vez… Ni tendrás que mudarte a Canadá.
—¿En serio que no te importa lo del apellido?
Pedro la besó en la frente.
—¿Cómo me va a importar? Mientras seas mía, lo demás carece de importancia.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Creo que es lo más bonito que me has dicho nunca…
Pedro la miró con sorpresa.
—Y eso que has dicho es realmente triste, Pau. Si es verdad, no me extraña que te divorciaras de mí.
—No, me divorcié de ti porque no me dabas lo que yo necesitaba.
—¿Y ahora te lo doy?
Paula fingió que se lo estaba pensando. Pero la respuesta era tan sencilla que no se necesitaba ser psicóloga para conocerla.
—Ahora me das todo lo que podría desear.
CAPITULO 25
Al verlo, Paula se sintió avergonzada. No estaba segura de haber manejado bien la situación. Cabía la posibilidad de que Pedro se hubiera molestado por el método que había elegido para ponerse en contacto con él.
—Hola, Pedro —acertó a decir, tímidamente.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Te llamé varias veces esta mañana, pero como no me devolvías las llamadas, decidí probar suerte con el programa —respondió—. No quería causarte problemas, Pedro. Tal vez no debería haberlo hecho; tal vez… en fin, te pido disculpas. Siempre me las arreglo para tener que pedirte disculpas.
Pedro no dijo nada. Parecía haberse quedado sin palabras. Y las personas que estaban a su alrededor los miraban ahora sin disimulo alguno, encantados con la escena.
—Anda, sígueme, Pau.
Paula lo siguió sin protestar hasta la escalera. Cuando ya estaban a solas, Pedro se giró y la besó apasionadamente.
Todavía estaba sin aliento cuando él se apartó de ella y le acarició el cabello.
—Acepto tus disculpas si tú aceptas las mías.
—¿Las tuyas?
Paula asintió.
—Tenías razón sobre unas cuantas cosas. De hecho, había tomado la decisión de ir a Carbondale cuando terminara el programa, para decírtelo en persona.
—¿En serio?
—He sido muy egoísta contigo. Otra vez.
—Bueno, yo tampoco lo he hecho muy bien… —admitió.
—¿Lo ves? Hacemos una pareja perfecta. Nadie podría estar a nuestra altura en cuestión de errores —bromeó él.
—Pedro, quería decirte que lo de Carbondale…
Pedro la interrumpió.
—Olvídalo, Pau. Tú misma dijiste que solo van a ser seis meses. Encontraremos una solución.
—¿Tan fácil como eso?
—Tan fácil como eso.
Paula bajó la cabeza un momento y empezó a decir, en voz baja:
—Pedro, yo…
—¿Sí, Pau?
—Estoy enamorada de ti. A decir verdad, creo que siempre he estado enamorada de ti —le confesó de repente.
Pedro le dedicó una sonrisa encantadora.
—Me alegro, porque a mí me ocurre lo mismo.
Paula se emocionó tanto que se acercó a él, le pasó los brazos alrededor del cuello y le dio un largo beso en la boca.
Desgraciadamente, el productor de Pedro apareció justo entonces.
—Siento interrumpir, pero… ¿qué quieres que haga con el programa? La gente no deja de llamar.
Pedro besó a Paula en la frente y dijo:
—¿Te acuerdas de Mauricio? Seguro que lo has visto alguna vez en la radio. Es el sustituto de Julieta.
—Hola. Mauricio. Siento haberte causado tantos problemas.
—Hola, doctora Paula. Me alegra que hayas vuelto… ¿Y bien? ¿Qué hacemos, Pedro?
—Di a los oyentes que Pedro Alfonso y la doctora Paula hablarán dentro de unos minutos y harán un anuncio importante.
—De acuerdo.
Mauricio se marchó rápidamente. Pedro quiso retomar las cosas donde las había dejado con Paula, pero ella le puso una mano en el pecho y declaró:
—Tengo que confesarte otra cosa, Pedro.
—¿De qué se trata? —preguntó, mientras le besaba el cuello.
—De…
—Bueno, habla de una vez…
—Está bien; pero antes de decirlo, quiero que sepas que no tiene nada que ver con lo que he dicho antes. Nada en absoluto —insistió—. Simplemente, me parece que tienes derecho a saberlo.
Él frunció el ceño.
—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo?
—No, no ha pasado nada malo; al menos, desde mi punto de vista —contestó, incómoda—. Es que…
—¿Por qué no me lo dices de una vez?
Ella respiró hondo.
—Estoy embarazada.
Pedro se quedó boquiabierto. Se llevó una sorpresa tan grande que tardó varios segundos en poder hablar.
—¿Estás segura?
—Completamente. Sé que tenemos muchas cosas que discutir y muchas cosas que solucionar todavía, pero…
Él borró toda su inquietud con otra sonrisa.
—No te preocupes por eso; como he dicho antes, encontraremos una solución. De hecho, creo que ya la he encontrado… cásate conmigo, Pau.
Paula lo miró con asombro.
—Pedro, no te he dicho lo de mi embarazo para que me propongas el matrimonio.
—Ni yo te lo propongo por el niño. Él solo es un plus.
—¿Él? Podría ser una niña —puntualizó.
Pedro volvió a sonreír.
—Sí, supongo que también es posible. Pero ven conmigo… vamos a darle la buena noticia a Mauricio y a los seguidores del programa.
Pedro la tomó de la mano y la llevó a la emisora.
Mientras caminaban, Paula pensó que, si alguien le hubiera dicho un mes antes que se iba a casar por segunda vez con Pedro Alfonso, lo habría tomado por loco.
Pero las cosas cambiaban. Y con los cambios, surgían posibilidades nuevas.
Incluso la posibilidad de un final feliz.
CAPITULO 24
Pedro no dejaba de mirar el reloj mientras aconsejaba a sus seguidores. Hasta entonces, las preguntas de los oyentes se dividían a partes iguales entre el anuncio de cambio de formato del programa y los cotilleos sobre el divorcio de un par de famosos de Hollywood, que mantenían un litigio por las condiciones del contrato prematrimonial que habían firmado en su momento.
Sin embargo, y a pesar de sus intentos por mantener las conversaciones lejos de su vida privada, la audiencia seguía empeñada en tirarle de la lengua. Pero Pedro los mantenía a raya y se atenía al tema de aquella noche; precisamente, los acuerdos prematrimoniales.
Patricia, de Milwaukee, se mostró especialmente agresiva con el divorcio de los dos famosos. A Pedro le pareció bastante extraño, teniendo en cuenta de que se trataba de las vidas de dos personas a las que ni siquiera conocía.
—Patricia, yo no he visto su acuerdo prematrimonial, así que desconozco sus cláusulas. Pero el adulterio no es motivo suficiente de divorcio en California.
—¿Cómo puede ser? Si ella se ha acostado con otro…
Pedro ya estaba harto de los cotilleos de la gente. Por fortuna, solo faltaban veinte minutos para el final del programa.
—Es mejor que no especulemos sobre la vida privada de otras personas. Lo importante del asunto es el ejemplo que supone a efectos jurídicos. Demuestra que los acuerdos prematrimoniales no son siempre definitivos.
A continuación, hizo un gesto a Mauricio, el sustituto de Julieta, para que cortara la llamada y le pasara una nueva.
Cuando escuchó su voz, se quedó perplejo.
—Hola, Pedro. Soy Paula, de… Carbondale.
—¿Cómo?
Al notar el desconcierto de Pedro, Mauricio decidió intervenir para echarle una mano.
—¿En qué te podemos ayudar, Paula? ¿Tienes una pregunta qué hacer? ¿O tal vez algún comentario?
—Las dos cosas. Ayer tuve ocasión de oír tu entrevista con Bruce Malaney.
—¿Y? —preguntó Pedro.
—Mi pregunta es sobre las posibilidades y los cambios de los que hablaste. Por mi trabajo, debería estar acostumbrada a ellos; pero últimamente no me llevo muy bien con la idea —respondió.
—Bueno, es lo que suele ocurrir con esas cosas. Si no aprovechas las posibilidades que surjan, te quedas sin opciones.
—Sí, Pedro, lo sé. Pero ¿cómo puedes saber que una posibilidad merece la pena? ¿Cómo puedes saber que hay que apostar por una relación?
Para entonces, todo el mundo se había dado cuenta de que la Paula que llamaba desde Carbondale era nada más y nada menos que Paula Chaves, la exmujer de Pedro. Y lógicamente, la audiencia del programa aumentó de inmediato.
—No estoy seguro de ser la persona más adecuada para responder a esa pregunta, Paula. No soy especialista en relaciones amorosas, sino en divorcios.
—Al contrario, Pedro Alfonso. Tú eres la persona más adecuada. La mía no era una pregunta genérica, sino específicamente dirigida a ti.
—Paula, no estoy seguro de que hablar de nosotros en público sea conveniente…
—Puede que no, pero quiero pedirte disculpas. Te echo de menos. Me equivoqué contigo… y quiero hablar de las opciones que tenemos. Si es que aún quieres, por supuesto.
Pedro tragó saliva.
—Paula…
—¿Sí, Pedro?
—Yo también quiero hablar contigo, pero preferiría hacerlo en privado.
Paula tardó unos segundos en replicar.
—Sí, tienes razón. Esperaré hasta que termines el programa.
—Un momento, no te vayas todavía… ¿dónde estás?
—En el vestíbulo del piso catorce. El guardia de seguridad no me dejaba subir a la emisora, y el recepcionista…
—Quédate ahí. Voy a buscarte ahora mismo —afirmó—. Mauricio, pasamos a publicidad…
Pedro no perdió el tiempo; se levantó de la silla, se quitó los cascos y salió del estudio tan deprisa como pudo.
Cuando llegó al piso catorce, Paula lo estaba esperando entre un grupo de gente que la miraba con curiosidad.
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