miércoles, 11 de febrero de 2015
CAPITULO 24
Pedro no dejaba de mirar el reloj mientras aconsejaba a sus seguidores. Hasta entonces, las preguntas de los oyentes se dividían a partes iguales entre el anuncio de cambio de formato del programa y los cotilleos sobre el divorcio de un par de famosos de Hollywood, que mantenían un litigio por las condiciones del contrato prematrimonial que habían firmado en su momento.
Sin embargo, y a pesar de sus intentos por mantener las conversaciones lejos de su vida privada, la audiencia seguía empeñada en tirarle de la lengua. Pero Pedro los mantenía a raya y se atenía al tema de aquella noche; precisamente, los acuerdos prematrimoniales.
Patricia, de Milwaukee, se mostró especialmente agresiva con el divorcio de los dos famosos. A Pedro le pareció bastante extraño, teniendo en cuenta de que se trataba de las vidas de dos personas a las que ni siquiera conocía.
—Patricia, yo no he visto su acuerdo prematrimonial, así que desconozco sus cláusulas. Pero el adulterio no es motivo suficiente de divorcio en California.
—¿Cómo puede ser? Si ella se ha acostado con otro…
Pedro ya estaba harto de los cotilleos de la gente. Por fortuna, solo faltaban veinte minutos para el final del programa.
—Es mejor que no especulemos sobre la vida privada de otras personas. Lo importante del asunto es el ejemplo que supone a efectos jurídicos. Demuestra que los acuerdos prematrimoniales no son siempre definitivos.
A continuación, hizo un gesto a Mauricio, el sustituto de Julieta, para que cortara la llamada y le pasara una nueva.
Cuando escuchó su voz, se quedó perplejo.
—Hola, Pedro. Soy Paula, de… Carbondale.
—¿Cómo?
Al notar el desconcierto de Pedro, Mauricio decidió intervenir para echarle una mano.
—¿En qué te podemos ayudar, Paula? ¿Tienes una pregunta qué hacer? ¿O tal vez algún comentario?
—Las dos cosas. Ayer tuve ocasión de oír tu entrevista con Bruce Malaney.
—¿Y? —preguntó Pedro.
—Mi pregunta es sobre las posibilidades y los cambios de los que hablaste. Por mi trabajo, debería estar acostumbrada a ellos; pero últimamente no me llevo muy bien con la idea —respondió.
—Bueno, es lo que suele ocurrir con esas cosas. Si no aprovechas las posibilidades que surjan, te quedas sin opciones.
—Sí, Pedro, lo sé. Pero ¿cómo puedes saber que una posibilidad merece la pena? ¿Cómo puedes saber que hay que apostar por una relación?
Para entonces, todo el mundo se había dado cuenta de que la Paula que llamaba desde Carbondale era nada más y nada menos que Paula Chaves, la exmujer de Pedro. Y lógicamente, la audiencia del programa aumentó de inmediato.
—No estoy seguro de ser la persona más adecuada para responder a esa pregunta, Paula. No soy especialista en relaciones amorosas, sino en divorcios.
—Al contrario, Pedro Alfonso. Tú eres la persona más adecuada. La mía no era una pregunta genérica, sino específicamente dirigida a ti.
—Paula, no estoy seguro de que hablar de nosotros en público sea conveniente…
—Puede que no, pero quiero pedirte disculpas. Te echo de menos. Me equivoqué contigo… y quiero hablar de las opciones que tenemos. Si es que aún quieres, por supuesto.
Pedro tragó saliva.
—Paula…
—¿Sí, Pedro?
—Yo también quiero hablar contigo, pero preferiría hacerlo en privado.
Paula tardó unos segundos en replicar.
—Sí, tienes razón. Esperaré hasta que termines el programa.
—Un momento, no te vayas todavía… ¿dónde estás?
—En el vestíbulo del piso catorce. El guardia de seguridad no me dejaba subir a la emisora, y el recepcionista…
—Quédate ahí. Voy a buscarte ahora mismo —afirmó—. Mauricio, pasamos a publicidad…
Pedro no perdió el tiempo; se levantó de la silla, se quitó los cascos y salió del estudio tan deprisa como pudo.
Cuando llegó al piso catorce, Paula lo estaba esperando entre un grupo de gente que la miraba con curiosidad.
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