miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPITULO 5




El rascacielos donde se encontraba la sede de Broad Horizons Broadcasting era como cualquier otro rascacielos de Chicago.Paula no estaba segura de lo que esperaba cuando el coche negro se presentó en su domicilio, pero no se sintió como si se dirigiera a una emisora de radio, sino más bien como si fuera a una compañía de seguros.


Cuando el vehículo llegó a su destino, le dio las gracias al conductor. Le había dedicado la misma cortesía que habría usado con una famosa.


Al entrar en el edificio, estuvo a punto de soltar una carcajada; curiosamente, el rascacielos también era sede de una compañía de seguros, además de una empresa de inversiones, un bufete de abogados y otros negocios parecidos.


Se acercó a recepción, dio su nombre y dijo adonde se dirigía. El guardia de seguridad arqueó una ceja.


—No es usted como imaginaba, doctora Chaves.


Paula no supo si tomárselo como un cumplido.


—¿Es que me esperaba?


—Por supuesto. La señorita Wilson me pidió que la enviara directamente al piso quince en cuanto llegara.


Paula se empezó a preocupar. Se lo había pedido Jesica Wilson, no Pedro. De hecho, su ex todavía no se había puesto en contacto con ella.


Solo faltaba una hora para el programa. Necesitaba hablar con Pedro para establecer unas normas generales y un plan de acción cuando estuvieran en directo, porque de lo contrario, corría el riesgo de hacer el ridículo.


El guardia se levantó y la acompañó al ascensor.


—Tengo que darle acceso —explicó el hombre—. Si no se lo diera, no podría llegar más allá del piso catorce… es una medida de seguridad para el equipo del programa y sus invitados.


El guardia introdujo una llave en el panel y añadió, con una sonrisa:
—Buena suerte.


—Gracias.


Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en marcha. 


Paula se intentó convencer de que el vacío que sentía en el estómago se debía a la velocidad del ascensor, pero no era una buena mentirosa en lo tocante a ella misma.


Cuando llegó a su destino, salió al corredor. La sede de Broad Horizons era como la de cualquier empresa grande, con moqueta en el suelo, fluorescentes en los techos y cubículos independientes para los trabajadores.


—¡Paula!


Al oír la voz, Paula se giró.


Era Jesica. Y a diferencia de la sede, su aspecto no podía ser más distinto al que había imaginado. Alta, esbelta y con una melena negra y rizada que le caía maravillosamente sobre los hombros. Parecía una supermodelo.


Paula se sintió muy poca cosa en comparación.


—Me alegra que hayas venido. El programa de hoy va a ser fantástico.


Pau le estrechó la mano y la llevó hacia el estudio.


—Debo admitir que no eres como te había imaginado —dijo Paula.


—¿Ah, no?


Paula comprendió que se estaba metiendo en un lío e intentó rectificar.


—Bueno, me refería a tu voz… Supuse que sería… es decir…


Jesica rio.
—No te preocupes, eso es lógico. Nadie es como te lo imaginas cuando lo oyes en la radio. Excepto Pedro, por supuesto… La gente espera un rasgabraguitas cuando oyen su voz y eso es exactamente lo que es.


—¿Un rasga qué?


—Un rasgabraguitas —repitió Jesica—. Ya sabes, el tipo de hombre por el que una mujer se arrancaría las bragas.


Paula estuvo a punto de trastabillar. Jesica Wilson tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo en voz alta. Ella misma se habría arrancado las bragas por Pedro en multitud de ocasiones.


—Pero eso es lo mejor de Pedro. A los hombres les gusta lo que dice y a las mujeres les gusta su cuerpo… es perfecto para el programa. Ellos quieren ser como él y ellas, lo quieren a él —afirmó Jesica.


—A todo esto, ¿dónde está?


—Su avión llegó con mucho retraso y ha estado muy ocupado esta tarde. Le dije que te llamara por teléfono, pero no habrá tenido ocasión. Descuida, lo verás dentro de poco.
Jesica abrió una puerta y añadió:
—Me temo que no tenemos sala de espera; esta habitación es lo mejor que te podemos ofrecer. Ponte cómoda e intenta relajarte un poco. Te empezaremos a preparar dentro de un par de minutos.


Paula salió y cerró la puerta.


En cuanto se quedó a solas, Paula se dio cuenta de que la había llevado a la sala de descanso de los trabajadores de la emisora. Tenía una mesa, un sofá, un frigorífico y una cafetera. Las paredes estaban llenas de fotografías de políticos, deportistas de élite y famosos en general que posaban en compañía de periodistas de la emisora. Al ver la de Pedro y el vicepresidente del gobierno, se quedó helada.


No se le había ocurrido que aquel programa de radio fuera tan importante. Estaba a punto de sentarse en la misma silla y probablemente de usar el mismo micrófono que el vicepresidente del gobierno.


Se sentó en el sofá y se pasó una mano por el pelo, intimidada.


Iba a hablar por la radio a miles o quizás decenas de miles de personas. Y por si fuera poco, estaría al lado de Pedro.


Sacó el carmín y se lo llevó a los labios. Se dijo que no lo hacía por Pedro, sino por sentirse más segura. Pero no se pudo engañar.


Un momento después, la puerta se abrió. Y no era Jesica.


—¿Por qué te pintas los labios? —preguntó Pedro con sarcasmo—. Esto es la radio. No te va a ver nadie.


Paula se sintió tan avergonzada que guardó el pintalabios a toda prisa y contra atacó con lo primero que se le ocurrió, para desviar la atención de Pedro:
—Yo también estoy encantada de verte otra vez.


Pedro asintió con expresión seria. No parecía muy feliz de tenerla en la radio.


Se acercó al frigorífico y sacó dos botellas de agua; después, le dio una a Paula, se quedó la otra y dijo:
—No puedo creer que Jesica te convenciera para participar en el programa.


—¿Por qué no? Me hizo ver que serviría para poner punto y final a las especulaciones sobre nuestro matrimonio.


—¿En serio? —ironizó—. Jesica sería capaz de sacrificar perritos en vivo y en directo con tal de aumentar el índice de audiencia.


Paula se estremeció.


—Entonces… ¿me vas a sacrificar?


Pedro sacudió la cabeza.


—Esto no ha sido idea mía, Paupy. Yo no sabía nada hasta que lo leí en un periódico del avión. De hecho, he tenido que cambiar mis planes para concederte un espacio en el programa de esta noche.


—Pero yo pensaba que tú lo sabías…


—Pues pensaste mal.


—¿Y por qué no me has llamado? Podríamos habernos ahorrado el problema…


Pedro se encogió de hombros.


—Porque el mal ya estaba hecho. Yo no podía hacer nada. Tu aparición se ha anunciado en los medios de comunicación y no podemos dar marcha atrás —contestó—. Además, he estado muy ocupado.


—Sí, ya me lo imagino —dijo ella, nerviosa—. Un programa de radio, las presentaciones del libro… debe de ser agotador. ¿Cómo te las arreglas para practicar la abogacía al mismo tiempo?


—No me las arreglo.


—No te entiendo…


—Ya casi no ejerzo como abogado.


Paula se llevó una buena sorpresa. Sabía que Pedro adoraba el Derecho. Siempre había sentido pasión por la ley y la justicia.


—Mi nombre sigue en la puerta del bufete —explicó Pedro—, pero eso no significa que lleve todos sus casos. Para eso están mis compañeros y mis ayudantes.


—¿Y no lo echas de menos?


—No tengo tiempo para echarlo de menos.


Paula se mantuvo en silencio.


—Pero dejemos de hablar de mí —dijo él—. Parece que la vida te ha tratado bien… al final conseguiste lo que querías. Ya eres psicóloga.


—En efecto.


—¿Y es tan bueno como esperabas?


Paula notó un fondo de acritud en su pregunta, como si quisiera provocarla. Fue tan leve que nadie más lo habría notado; pero ella conocía muy bien a su ex.


—Tan bueno y más —respondió, desafiante.


—Me alegro por ti.


Pedro se llevó la botella de agua a los labios y se la bebió entera, de un trago. Después, tiró el recipiente vacío.


—¿Qué se siente al ser el gurú nacional de los divorcios? —atacó ella—. ¿Es lo que esperabas cuando empezaste a estudiar Derecho? Pero no, claro que no… estudiaste Derecho antes de convertirte en gurú. ¿Por qué, Pedro? ¿Porque la radio y los libros dan más dinero que defender la constitución?


Pedro sonrió.


—Sí, dan mucho más dinero; pero sobre todo, son más emocionantes.


—Y pensar que te tomé por un idealista…


—El idealismo ciego es peligroso.


—Así que te pasaste a la radio.


Él asintió.


—Exacto.


—¿Y no te molesta?


—¿Por qué me va a molestar?


—Porque tu trabajo es esencialmente pesimista. Cualquiera que te oiga, pensará que todos los matrimonios terminan en divorcio.


Él arqueó una ceja y declaró, con ironía:
—Oh, vaya, ¿de dónde habré sacado esa idea?


Paula lamentó haber sacado el tema de conversación. Pedro tenía razón; se había divorciado de él. 


Y si seguían por ese camino, se estarían peleando mucho antes de entrar en el estudio y comenzar el programa.


—Bueno, evitemos las cuestiones personales. O al menos, limitémoslas hasta donde sea posible —dijo ella.


Él asintió.


—Ése era mi plan.


—Me alegra que tengas un plan. ¿Por qué no me das más información al respecto?


—Bueno, no hay mucho que decir, pero tendremos suerte si conseguimos que el programa te resulte útil.


—¿Y a ti? ¿Te resultará útil?


Pedro rio.


—Paula, esto no tiene nada que ver conmigo. A mí me da igual; digas lo que digas, no tendrá efecto en mi vida.


—Es decir, que me estás haciendo un favor…


Él se encogió de hombros.


—Sí, Paula, te estoy haciendo un favor. Ya soy el número uno en mi franja horaria. No necesito más publicidad.


—Pero Jesica dijo que…


—Jesica está obsesionada con los índices de audiencia. Tu presencia aquí no me ayuda a mí; en todo caso, la ayuda a ella.


Paula se quedó pasmada.


—Dios mío… ¿Y qué podemos hacer?


—Seguir adelante. No tenemos otra opción.


Al notar su inseguridad, añadió:
—En primer lugar, es importante que te deshagas de toda la hostilidad que llevas dentro. Sé amigable, pero no en exceso. Sé educada y procura mantener cierta distancia emocional. Jesica ha buscado algunas de las especulaciones más estrambóticas que la prensa ha publicado sobre nosotros, de modo que tendremos ocasión de reírnos de ellas.


Paula asintió.


—¿Eso es todo?


—No. Presta atención si quieres que esto salga bien… Nuestro matrimonio debe parecer aburrido; debe parecer tan común y corriente como la mayoría de los matrimonios. Es la única forma de que los oyentes pierdan interés por nuestro divorcio. Si lo conseguimos, el resto será coser y cantar.


Paula sabía que Pedro solo pretendía ayudarla para que no metiera la pata en el programa; además, también creía haber superado el fracaso de su relación anterior y los rencores derivados del divorcio. Pero a pesar de ello, interpretó sus palabras como un desprecio de los buenos tiempos que habían pasado y se sintió tan herida que faltó poco para que dijera algo inconveniente.


Por suerte, Jesica apareció en ese momento y le concedió los segundos que necesitaba para recuperar el aplomo.


Mientras Pedro y la productora hablaban sobre el programa de la noche, ella se maldijo por haberse prestado a salir en la radio. El riesgo de empeorar la situación era tan elevado que, en ese momento, habría preferido cambiarse el nombre y mudarse a Canadá, donde nadie la conocía.


Segundos después, Jesica y Pedro recogieron unos papeles y más botellas de agua.


—¿Preparada? Ya es hora —dijo Jesica.


Pedro abrió la puerta y la esperó. Al ver que Paula permanecía inmóvil, arqueó una ceja.


Paula se sintió como si la llevaran al patíbulo, pero se puso en marcha. Era consciente de estar a punto de cometer la mayor estupidez de su vida.





CAPITULO 4





El avión ya había iniciado la maniobra de descenso para aterrizar en el aeropuerto O’Hara cuando Pedro cometió el error de seguir el consejo de Paula y leer lo que los medios publicaban sobre él.


Apagó el ordenador portátil, se puso el cinturón y dedicó los últimos minutos del vuelo a leer la prensa.


Al llegar a la sección de espectáculos, se quedó helado.


Paula aparecía en ella.


Según la información que tenía ante sus ojos, la doctora Paula Chaves iba a ser la invitada especial de su programa de la noche. Su sorpresa ante el título de doctora que le dedicaban a su exmujer palideció ante el hecho de que iba a participar en su programa.


Se preguntó de quién habría sido la idea y echó mano al móvil con intención de llamar a la emisora y preguntar, pero justo entonces se acordó de que no podían llamar por teléfono en el avión.


—Disculpe, señorita… —dijo a una azafata.


—¿SÍ?


—¿Tardaremos mucho en aterrizar?


—Es difícil de saber, señor Alfonso. Hay otros vuelos por delante de nosotros y vamos a volar en círculos durante un rato —contestó—. Cuando tenga más información se la daré.


Pedro se preguntó a quién debía llamar en primer lugar cuando llegara a Chicago. Suponía que la idea había sido de Andy, pero también podía ser de Jesica; los dos eran capaces de cualquier cosa con tal de mejorar el índice de audiencia y aumentar sus ingresos. En cuanto a la propia Jesica, no la podía llamar por la sencilla razón de que no tenía su número de teléfono.


Un momento después, el piloto anunció el retraso al pasaje.


Pedro cambió de posición e intentó pensar.


No podía creer que su ex se hubiera prestado a participar en un programa. Le disgustaba ser el centro de atención. De hecho, se habían casado en una ceremonia pequeña, solo para la familia y los amigos más cercanos, porque Paula no soportaba la idea de ser protagonista para una multitud. 


Siempre había sido introvertida.


Automáticamente, Pedro volvió a sentir la necesidad de protegerla; pero se recordó que era una mujer adulta y que, además, había destrozado su matrimonio con su egoísmo y su falta de madurez.


Paula ya no formaba parte de su vida. Debía volver a su carrera o a lo que estuviera haciendo antes de que se presentara en la librería con intención de arruinar la presentación del libro.


Ya no era problema suyo. Y por supuesto, no la quería en su programa de radio.


Sacudió la cabeza y pensó que Andy y Jesica debían de estar borrachos para ofrecerle que hablara para una emisora que llegaba a todo el país.


Estaba tan enfadado que los habría despedido de buena gana.





CAPITULO 3





Tras pasar veinticuatro horas en la cama y tomar más chocolate de lo que le debería estar permitido a ninguna persona, Paula se encontraba tan mal como antes. Salvo por el hecho de que ahora le dolía la tripa.


Se había encerrado en el piso porque el encuentro con Pedro había despertado un montón de recuerdos de su relación con él. Pero ya empezaba a estar cansada del encierro cuando sonó el teléfono.


Apartó las sábanas y miró la pantalla del aparato. No salía ningún número, pero podía ser uno de sus pacientes y no tenía más remedio que contestar.


—¿Dígame?


—¿Doctora Chaves?


—Sí, soy yo.


—Me llamo Jesica Wilson. Soy productora de…


Paula suspiró.


—No voy a hacer declaraciones. Adiós.


—¡Espere! ¡No cuelgue, por favor!


Paula no colgó. Había algo en su voz que la hizo dudar.


—Soy la productora del programa de radio de Pedro Alfonso —continuó.


—Me parece muy bien, pero no voy a hacer ninguna declaración —insistió Paula.


—Comprendo su renuencia, pero le ruego que me conceda un par de minutos. No estoy buscando información. Eso no forma parte de mi trabajo.


—Mire, hoy estoy muy ocupada y…


—Entonces, iré al grano. Tengo entendido que la prensa le está molestando por el trabajo de Pedro.


—En efecto.


—Bueno, no sé si tenía experiencia previa con los periodistas, pero conozco una forma de mantenerlos a raya.


Jesica Wilson se ganó la atención de Paula.


—¿Una forma? ¿Qué forma?


—Hay que poner las cosas de manera que ellos no controlen la situación.


—Mire, señorita Wilson…


—Jesica, por favor. Y si no te importa, prefiero que nos tuteemos…


—Está bien, Jesica. Pero te advierto que no tengo el menor interés por conceder entrevistas o ruedas de prensa.


—Ya me lo imaginaba. Y por eso se me ha ocurrido que deberías salir en el programa de Pedro.


Paula se quedó atónita.


—¿Cómo?


—Piénsalo un momento. Podrías contar tu versión de los hechos y Pedro corroboraría tu historia en público. Incluso podrías responder a las preguntas de los oyentes y poner punto y final a la especulación… Si Pedro y tú os mostráis convincentes y demostráis que no sois polos opuestos, la gente dejará de interesarse por vuestra antigua relación.


A Paula le pareció una propuesta demasiado buena para ser cierta. Incluso demasiado fácil para que saliera bien.


—¿Por qué crees que la gente…?


Jesica no la dejó terminar.


—Paula, debes entender que tu profesión y la de tu exmarido son tan irónicamente contrarias que despiertan el interés de la opinión pública aunque no hagáis nada por despertarlo. En otros casos, el silencio bastaría para que la gente dejara de prestaros atención; pero en el vuestro, solo sirve para añadir morbo.


—No me digas —ironizó.


Jesica no captó la ironía.


—Pues sí, es exactamente lo que sucede. Te propongo que participes en el programa de mañana por la noche. Pedro y tú sacaríais el tema, contaríais la verdad y pondríais fin al problema.


—No sé qué decir. Nunca he estado en la radio…


Jesica sonrió.


—No te preocupes por eso; tienes una voz preciosa. Además, Pedro y yo nos encargaremos de los aspectos más técnicos.


Paula seguía sin estar convencida.


—Quizás debería hablarlo antes con Pedro


—Oh, también sería magnífico para los índices de audiencia de Pedro. Además, piensa que te convertirías en la consejera matrimonial más popular de Chicago. Seguro que aumenta tu lista de clientes.


Paula tardó un par de segundos en hablar. Había algo que no cuadraba.


—¿Por qué me has llamado tú y no Pedro?


—Porque está en Atlanta firmando libros y no volverá hasta mañana por la tarde —respondió la productora.


A Paula le parecía una propuesta muy tentadora. Pero le disgustaba la idea de aceptar sin hablar antes con Pedro


Y después de lo sucedido en la librería, tampoco ardía en deseos de acercarse a él.


—No sé, Jesica…


—Tienes que decidirte ahora. Si queremos que funcione, debemos hacerlo cuanto antes —la presionó.


Paula respiró hondo y dijo:
—Está bien, acepto.


—¡Excelente! Ven hacia las seis y te daré la información necesaria. ¿Quieres que te enviemos un coche?


Durante los minutos siguientes, Jesica se dedicó a hacerle preguntas y darle instrucciones sobre el programa de radio, pero Paula ya estaba dudando de la decisión tomada y no le prestó atención.


Solo oía el sonido de su cabeza al golpear suavemente, una y otra vez, contra el cabecero de la cama.




CAPITULO 2





—Eres una fuerza de la naturaleza, amigo mío; un hombre increíble. ¿Necesitas algo? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua, quizás? Por cierto, me encanta la camisa que llevas. Te queda muy bien.


Pedro Alfonso no se sintió halagado por la exuberancia de Andy Field ni insultado cuando Andy se alejó de repente, demostrando la falta de sinceridad de sus palabras. 


Formaba parte de su trabajo. Andy lo veía todo en función de su quince por ciento; y en ese momento, Pedro era el autor más lucrativo al que representaba. Además, Andy era su agente literario, no su amigo. Y también era un agente literario que le hacía ganar mucho dinero.


Su relación no podía ser más beneficiosa.


Cuando se acercó la última persona de la fila, Pedro le firmó un ejemplar del libro y se lo dio, haciendo un esfuerzo por no prestar atención a su sonrisa seductora ni a su escote más que generoso. En cuanto la vio, supo que estaba buscando marido. Y sus palabras confirmaron la hipótesis.


—¿Puedo tutearlo, señor Pedro?


—Cómo no.


—Tu libro me ayudó mucho cuando me divorcié, pero ¿sabes una cosa? Creo que en el fondo de mi corazón sigo siendo una romántica.


La mujer sonrió y se inclinó hacia delante, ofreciéndole una vista más cercana de sus pechos.


—¿Y tú? —continuó ella—. ¿Todavía estás buscando el amor verdadero?


Pedro intentaba potenciar su aspecto de divorciado amargado, porque le evitaba situaciones como ésa. Pero el truco no servía con algunas mujeres. En lugar de entenderlo como una advertencia, se lo tomaban como un desafío.


—No creo que el amor verdadero exista —respondió.


—Quizás, porque no has encontrado a la mujer correcta…


Pedro maldijo a Andy para sus adentros por haberlo dejado solo ante el peligro. Justo entonces, oyó el clic de una cámara y supo que esa mujer y sus grandes pechos se iban a convertir en la portada de alguna publicación.


Desesperado, miró a su alrededor.


Su agente estaba hablando con una rubia, pero no le pudo ver la cara porque se encontraba de espaldas a él. La rubia se había recogido el pelo en una coleta que oscilaba entre sus hombros cuando hablaba. Llevaba una camiseta blanca que se ajustaba maravillosamente a una espalda deliciosa y a una cintura estrecha antes de desaparecer en el interior de unos vaqueros desgastados.


Cuando contempló el contenido de aquellos vaqueros, sintió un interés muy superior al que había sentido con el escote de su admiradora. Era un trasero precioso. Y extraordinariamente familiar.


Un segundo después, la rubia se dio la vuelta.


Paula.


Ella se cruzó de brazos y lo miró a los ojos.


Él llegó a dos conclusiones: la primera, que los años se habían portado bien con su ex; la segunda, que estaba enfadada.


Andy le dio un golpecito a Paula en el hombro y Pedro se levantó de inmediato. Conocía a su agente; si se empeñaba, era perfectamente capaz de destrozar a alguien con su manejo del idioma y su mirada de tiburón. Y estaba a punto de dedicarle su tratamiento especial a Paula.


—Disfruta del libro. Espero que te ayude la próxima vez.


Dejó plantada a la mujer del escote y caminó hacia su ex. 


Paula entrecerró sus ojos azules, llenos de ira.


Durante unos instantes, consideró la posibilidad de dejarla en manos de Andy; pero su conciencia se lo impedía. Habría sido como dejar a un niño a expensas de un matón. 


Además, sentía curiosidad; quería saber por qué aparecía de repente, después de siete años.


Ya no tenía su antiguo aspecto juvenil, de universitaria, pero había ganado en atractivo y la delicadeza de sus rasgos se llevaba mal con su gesto de enojo. Pedro bajó la mirada y contempló sus pechos bajo la camiseta; se erguían hacia arriba como si quisieran llamar su atención.


Paula pareció adivinar los pensamientos de Pedro, porque puso los brazos en jarras y apretó los labios. Con su cabello rubio claro, sus ojos azules, su estatura pequeña y su mirada de irritación, parecía una Campanilla enfadada.


Andy seguía a su lado, hablando, pero Paula ya no le hacía caso.


Solo tenía ojos para él.


—Lo siento, Pedro, pero esta mujer…


Pedro le hizo un gesto para que guardara silencio. Andy obedeció y Paula apretó los dientes.


—Qué sorpresa, Paula. Me siento halagado por tu visita.


Ella sacudió la cabeza.


—Pues no deberías. Eres hombre muerto, Pedro.


Andy dio un paso atrás y dijo:
—Llamaré a los de seguridad.


—No es necesario. Te presento a Paula Chaves. Mi ex.


Andy frunció el ceño.


—¿Por qué no me lo habías dicho? —le preguntó el agente.


—¿Podrías dejarnos a solas un momento? —respondió Paula—. Necesito hablar con Pedro. En privado.


Andy miró a Pedro, que asintió.


—No te preocupes. Déjanos solos. Estoy seguro de que Paula no tiene intención de asesinarme.


—¿Quieres apostar? —dijo ella.


—Te recuerdo que estamos en una librería, delante de cincuenta personas. Dudo que quieras organizar una escena —le advirtió Andy.


Paula echó un vistazo al establecimiento, soltó un suspiro y le dedicó la más falsa de sus sonrisas.


—No, por supuesto que no. Solo quiero charlar unos minutos con Pedro.


Pedro la tomó del brazo y la llevó al almacén donde él mismo había estado esperando antes de que empezara el acto.


—¿Te parece bien aquí?


Mientras él cerraba la puerta, ella preguntó:
—¿Cómo has podido, Pedro?


—¿A qué te refieres? Tendrás que ser más explícita.


Paula abrió el bolso, sacó un ejemplar de su libro y se lo mostró.


—A esto. Me refiero a esto.


Pedro lo miró, pero sin entender nada.


—¿Quieres que te lo dedique? ¿O que se lo dedique a alguna amiga tuya?


—Ni lo uno ni lo otro. Ya tengo tu firma. En los papeles del divorcio.


—Entonces, ¿qué quieres? ¿Consejo legal?


Ella ladeó la cabeza. La coleta se le quedó delante del cuerpo, con la punta sobre el cuello de la camiseta, a pocos centímetros de sus pechos.


—Ahora que lo pienso, lo del consejo legal estaría bien… dime, ¿qué diferencia hay entre la calumnia y la difamación?


—¿Cómo? ¿Qué has dicho?


—Lo que has oído. Quizás debería denunciarte.


Pedro la conocía y sabía que no se sabía expresar cuando perdía los papeles. Pero aquello le pareció excesivo.


—Por qué no te tranquilizas un poco y me dices…


—No te atrevas a mostrarte condescendiente conmigo —lo interrumpió—. Tu programa de radio ya era bastante malo, pero este libro…


Él dudó. No sabía si aplacarla o contra atacar.


—Mira, no creo que…


—Y ahí está el problema —continuó Paula—. ¿No te has parado a pensar que la opinión pública puede estar interesada en la exmujer del abogado especializado en divorcios más popular del país?


Pedro intentó intervenir; pero Paula, que había empezado a caminar de un lado a otro, siguió hablando.


—¿No has pensado que la gente puede creer que algunas de las cosas que cuentas en la radio y en tu libro forman parte de tu experiencia personal? ¿No se te ha ocurrido que la prensa me buscaría a mí para obtener mi versión a alguna historia especialmente jugosa?


—¿Estás enfadada porque algunos medios de la prensa amarilla quieren sacarte información para utilizarla en mi contra? —preguntó, perplejo.


Ella se volvió a cruzar de brazos.


—¿Algunos medios? Son todos los medios, Pedro. Toda la prensa, todos los canales de televisión por cable y todos los malditos blogueros del universo. ¿Es que no lees lo que se publica por ahí? ¿No has visto que, de un tiempo a esta parte, tu nombre aparece asociado al mío?


Pedro no leía lo que publicaban; no tenía tiempo. Para eso estaba Andy, su agente literario. Y visto lo visto, tendría que hablar seriamente con él.


Ahora entendía el enfado de Paula. Su exmujer siempre había sido tímida, y la presión de los medios sería demasiado para ella.


Pedro se sintió culpable y extendió una mano sin más intención que tocarle el brazo y tranquilizarla un poco; pero Paula dio un paso atrás y él recordó que ya no tenía derecho a tocarla.


—Me temo que no puedo hacer gran cosa por impedirlo, Paula. Estuvimos casados y la gente lo sabe.


Ella suspiró.


—Siento que te hayan molestado por mi culpa —continuó—. Espero que pase pronto, pero sobra decir que lo entenderé si decides aprovechar la situación para sacar dinero a los medios.


—No quiero sacarles nada. Solo quiero que me dejen en paz —afirmó ella—. Ya han dañado mi carrera, y si insisten…


—¿Tu carrera?


—Bueno, sé que nunca me prestaste mucha atención, pero deberías recordar que yo también tengo un trabajo.


Pedro lo recordaba demasiado bien. Paula se había mudado a Albany y le había pedido el divorcio porque su carrera era lo más importante para ella.


El recuerdo le resultaba tan amargo que habló con más frialdad de la que pretendía:
—No entiendo que un poco de fama pueda dañar tu carrera.


Paula apretó los dientes.


—Te recuerdo que soy psicóloga y que estoy especializada en terapia matrimonial.


Él arqueó las cejas y rompió a reír.


Pedro suspiró.


—Sí, sí, soy muy consciente de la ironía. Y también lo son todos los tipos que se ponen en contacto conmigo para que les hable de ti —insistió ella—. Pero soy una buena psicóloga y tenía una buena reputación… hasta ahora.


—Sigo sin entenderlo.


—Intentaré ser más clara. La prensa no me deja en paz. Llaman a mi despacho y a mi casa a todas horas; inundan mi correo electrónico e incluso se han hecho pasar por pacientes interesados en una terapia.


—Ya veo.


—Eso lo podía soportar, pero de repente, han empezado a presionar a los clientes de la clínica donde trabajo, con las consiguientes molestias para ellos y para nosotros. Además, las conjeturas de los medios sobre nuestro matrimonio han servido para que la gente me considere una especie de arpía psicótica. Ya no confían en mi capacidad como terapeuta matrimonial.


Paula respiró hondo y continuó:
—Ah, casi lo olvidaba. Mi jefa me ha ordenado que me tome unas vacaciones porque todo esto destroza la reputación de la clínica. Muchas gracias, Pedro. Has destrozado mi vida. Por segunda vez.


Pedro estuvo a punto de responder con dureza; desde su punto de vista, no era él quien había destrozado la vida de Paula la primera vez, sino ella quien había destrozado la suya. Pero era agua pasada y, por otra parte, Pedro tenía corazón. Incluso con su exmujer.


—No lo sabía. Si quieres, intentaré solventar el problema… podría aclarar públicamente que tú y yo estuvimos casados hace mucho tiempo y que mi libro no tiene nada que ver con nuestra antigua relación.


Paula se relajó un poco.


—Es un principio, pero no creo que sirva de nada.


Él se sintió frustrado.


—Entonces, ¿qué diablos quieres que haga?


Paula no encontró una respuesta.


La rabia y la indignación la habían empujado a hablar con su exmarido, pero ahora, lamentaba haberse dejado dominar por sus emociones.


Además, su discurso sobre las actitudes positivas en los enfrentamientos no le había servido de nada. A la hora de la verdad, se había comportado de forma tan irracional como los pacientes de sus terapias.


Si la doctora Weiss la hubiera visto, la habría enviado de vuelta a la Facultad de Psicología, para que volviera a estudiar toda la carrera.


En ese momento, comprendió que no estaba preparada para enfrentarse a Pedro; por lo menos, cara a cara. Años atrás, se había cambiado de ciudad para no encontrarse por la calle con su exmarido, pero se volvió tan famoso que no podía ir a ninguna parte sin verlo en las revistas, en los carteles y hasta en la publicidad de los autobuses.


Con el tiempo, aprendió a hacer caso omiso y a seguir adelante con su vida. Sin embargo, era evidente que no había aprendido a estar con él en la misma habitación.


El alto y delgado cuerpo de Pedro daba la impresión de ocupar todo el espacio; sus pulmones parecían consumir todo el oxígeno; su energía era tan intensa que la sentía en la piel y su aroma la estaba volviendo loca.


Sabía lo que pasaba y no le gustó en absoluto.


Aquellos ojos marrones, aquel cabello negro y aquellas manos extrañamente elegantes para un hombre tan masculino, despertaban su apetito sexual.


Era un descubrimiento terriblemente injusto después de tantos años. Pedro todavía tenía poder sobre ella. Y por lo visto, ella no tenía ninguno sobre él.


De haber podido, se habría escondido debajo de una piedra y no habría salido en cinco años. Se sentía muy avergonzada; por desear a Pedro y por haberse comportado como una histérica cuando él solo intentaba ser razonable.


—¿Qué quieres que haga?


La repetición de la pregunta le hizo sentirse más ridícula que antes. Había cometido un error al despreciar el consejo de Julia.


—¿Y bien, Paupy?


A Paula no le gustó que la llamara Paupy, como en los viejos tiempos; le recordaba cosas que prefería mantener en el olvido. Pero a pesar de ello, bajó los hombros y suspiró, derrotada.


—Lo siento, no debería haber venido. Será mejor que me vaya.


La situación le parecía tan absurda que soltó una carcajada y añadió:
—No puedo decir que me alegre de verte, pero tampoco quiero marcharme sin felicitarte por tu éxito.


Pedro la miró con extrañeza y asintió.


—Adiós, Pedro. Y buena suerte.


Paula le ofreció la mano y Pedro se la estrechó. Solo fue un momento, pero bastó para que ella sintiera una descarga de electricidad.


—Lo mismo digo, Paupy.


Ella se dio la vuelta. Al salir de la habitación, empujó la puerta con tanta fuerza que estuvo a punto de golpear a Andyy, que estaba detrás.


—¿Qué? ¿Escuchando las conversaciones ajenas? —preguntó ella.


Andy se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa que, obviamente, habría practicado muchas veces delante del espejo.


—No deberías tomártelo de forma personal, Paula —dijo el agente—. Esto solo es un negocio. Solo eso.


Paula fingió considerar sus palabras antes de hablar.


—Solo eso —repitió ella—. Sí, tal vez tengas razón… pero cuando no formas parte de ese negocio, apesta.