miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPITULO 1




Tras cincuenta minutos de terapia con el señor y la señora Martinez, la cabeza de Paula Chaves estaba a punto de estallar. Se dijo que debía hablar con la doctora Weiss para que les ajustara la medicación, porque estaban tan fuera de sí que corrían el peligro de que uno de ellos matara al otro.


Cuando se quedó a solas, tomó unas cuantas notas sobre la sesión y las guardó en el archivador correspondiente. 


Después, salió a buscar una aspirina.


Julia, otra de las tres internas que llevaban casi todos los casos de la clínica Weiss, blandió un botecito de analgésicos en cuanto Paula apareció por la puerta del vestíbulo.


—Ya he oído lo que ha pasado. Deberían aumentarte el sueldo por prestar servicio en zona de guerra.


Paula soltó una carcajada antes de aceptar el bote y tomarse dos pastillas con un poco de agua.


—El volumen de su voz es alarmante, pero en realidad no creo que supongan un peligro. Excepto para mis oídos, claro —bromeó.


Julia sacudió la cabeza.


—Mil años de estudios en la universidad y al final terminas de árbitro en peleas de lucha libre…


—Pero no nos pagan tanto como a los árbitros.


De repente, Julia alcanzó un periódico y le indicó un anuncio a toda página de un libro de Pedro Alfonso.


—Bueno, si no consigues que el señor y la señora Martinez solucionen sus problemas, siempre podrás recomendarles un abogado especializado en divorcios.


Paula frunció el ceño.


—Eso no tiene gracia, Julia. Ni pizca de gracia.


Como en tantas otras ocasiones, Paula se preguntó por qué tenía tan mala suerte con su exmarido.


El año anterior, cuando su ex empezó a dirigir un programa de radio que se llamaba Protege tu inversión, ella tuvo que sufrir las presiones de la prensa. Pero la situación empeoró notablemente cuando su libro, titulado igual que el programa de radio, llegó al primer puesto de las listas de ventas.


Ahora, Paula Chaves era la ex más famosa de los Estados Unidos. O por lo menos, de toda la zona de Chicago.


—Pues yo lo encuentro muy divertido —dijo Julia con una sonrisa carente de solidaridad—. Y la ironía me parece deliciosa.


—¿Es que quieres que te odie? Resulta molesto, no irónico —puntualizó—. Además, todo eso es agua pasada.


Paula pensó que su historia era tan vieja que Pedro debería haberla olvidado como ella; pero en lugar de olvidarla, la había convertido en un pilar fundamental de su carrera.


—Oh, vamos… una psicóloga especializada en terapia matrimonial deja tan amargado a su ex que éste se dedica, a partir de ese momento, a convencer a la gente para que se divorcie. Lo siento, Paula, pero es una historia deliciosa. Y tan buena, que merece estar en todas las noticias.


Paula cerró el periódico para no ver la fotografía del libro y afirmó:
—Tienes un concepto algo extraño de la importancia de una noticia. Pero cambiando de tema, ¿has terminado con el papeleo?


Julia suspiró mientras ella abría el frigorífico para sacar su comida; sin embargo, aceptó el cambio de conversación y Paula se sintió aliviada. Últimamente dedicaba demasiado tiempo a pensar en Pedro, y hablar sobre él no contribuía a mejorar su estado mental. De haber podido, habría estrangulado a su ex.


Al cabo de unos segundos apareció Alicia, la recepcionista de la clínica, que llevaba un montón de mensajes para las dos psicólogas. Paula les echó un vistazo por encima hasta que llegó a uno que le llamó la atención.


—¿Los Smith han cancelado su cita? ¿Han dicho por qué?


Alejo y Melisa Smith eran sus clientes más convencidos. La cancelación afectaba a la cita del lunes siguiente, a la una de la tarde, y resultaba especialmente extraña porque nunca habían faltado a ninguna.


—Sí, lo han dicho.


Paula metió su comida en el microondas y preguntó:
—¿Y?


—Se sienten incómodos porque en los últimos tiempos has alcanzado un grado de notoriedad pública bastante elevado. Sobre todo, después de que un tipo investigara por Internet y los llamara por teléfono para preguntar por ti.


—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que alguien ha descubierto la identidad de dos clientes y los ha utilizado para llegar a mí? Dime que es una broma, por favor.


Julia sacudió la cabeza.


—Ojalá lo fuera.


—Oh, Dios mío. Eso es…


—Una invasión de la privacidad de los Smith y una mancha en la reputación de la clínica —intervino la doctora Weiss, que acababa de llegar.


Al oír su voz, Paula se sobresaltó.


—Ah, doctora Weiss… Lo siento mucho. Esto es una locura.


—Estoy completamente de acuerdo.


La doctora Weiss, cuyo apellido daba nombre a la clínica, habló con un tono perfectamente tranquilo. Pero Paula no se dejó engañar. Weiss había sido terapeuta durante treinta años y ni siquiera se habría inmutado si Paula se hubiera desnudado de repente y hubiera empezado a bailar encima de la mesa.


En ese momento, habría dado cualquier cosa para que Weiss no tuviera cara de póquer. Mirándola, no se podía saber si estaba enfadada con ella ni, por supuesto, hasta qué punto lo podía estar.


De nuevo, deseó estrangular a Pedro.


—Estoy segura de que esto pasará pronto. Yo no soy tan interesante. Además, todas sabemos que la opinión pública es muy olvidadiza.


—Me alegra que seas tan positiva al respecto —dijo Weiss con una voz aparentemente cálida y amable—. No obstante, sería mejor que te tomaras unas vacaciones hasta que la gente se olvide.


Paula se quedó helada.


—¿Qué?


La doctora se sentó con ellas y echó un trago del café que llevaba en la mano.


—Has acumulado muchos días libres, Paula. Creo que es una ocasión perfecta para que los aproveches.


—Pero mis clientes…


—Podemos encargarnos de ellos durante un par de semanas.


—¿Un par de semanas? Sé que esta situación es problemática, pero…


—Paula, no voy a permitir que mi clínica se convierta en un circo. Y desde luego, no voy a permitir que la prensa moleste o avergüence a nuestros clientes.


Paula se sintió como una niña que acabara de recibir una reprimenda por parte de una persona mayor. Julia y Alicia intentaban adoptar una actitud distante, pero era evidente que sentían lástima de ella, lo cual contribuyó a aumentar su enfado.


Sin embargo, alcanzó un lápiz y se puso a juguetear con él para contenerse.


—Lo comprendo, Esta tarde, cuando termine con el grupo de contención de ira, Alicia y yo reorganizaremos mis citas y…


Weiss sacudió la cabeza.


—No, yo me encargaré de eso.


El lápiz se partió en dos.


—Quizás deberías asistir a la terapia de ese grupo. En calidad de paciente —puntualizó Weiss, que arqueó una ceja.


Paula intentó sonreír.


—No, no, estoy bien… es que todo esto es muy difícil para mí. Alicia, ¿podrías comprobar mi agenda cuando termines de comer?


Alicia asintió.


—Esto no es un castigo, Paula —dijo la doctora Weiss—. Como bien decías, es posible que la situación se calme pronto. Entre tanto, puedes dedicar el tiempo a adelantar tu papeleo atrasado.


—Una idea excelente.


Paula se marchó con toda la dignidad que pudo, aunque con los puños tan apretados que casi se había clavado las uñas en las palmas cuando entró en su oficina y cerró.


Odiaba a Pedro con toda su alma.


Echó un vistazo al calendario y empezó a sacar archivos y a tomar notas para Julia y para Noelia, la otra terapeuta, que en ese momento estaba con un paciente y se había perdido la diversión.


Una y otra vez, intentó convencerse de que no la habían despedido y de que no la habían castigado, pero no lo consiguió.


Minutos después, llamaron a la puerta. Eran Julia y Alicia.


—Lo sentimos mucho —dijo Julia.


—No hay nada que sentir. Esto pasará, ya lo veréis.


Julia se sentó en una de las sillas y Alicia alcanzó los archivos de Paula.


—Todas sabemos que el odio es una emoción muy negativa —continuó Julia—, pero creo que no estaría de más en esta situación.


Paula suspiró.


—Gracias por tu comprensión, Julia. ¿Sabes una cosa? 


Nunca había odiado a nadie; en toda mi vida.


—¿Ni siquiera a Pedro?


—Curiosamente, no.


Como Julia no parecía convencida, añadió:
—No lo odiaba. Estaba muy enfadada y dolida con él, pero no lo odiaba. Me sentía decepcionada, desilusionada, desesperada… pero el odio jamás llegó a pasar por mi cabeza. Yo seguí adelante, con mi vida. Por desgracia, es evidente que Pedro no lo superó tan bien como yo.


—Necesita un buen terapeuta —dijo Julia—. ¿Conoces alguno?


—Si estás pensando en mí, me temo que voy a estar de vacaciones durante una temporada —respondió, llevándose las manos a la cabeza—. Te prometo que, si alguna vez lo tengo a mi alcance, le voy a decir unas cuantas cosas… pero ¿qué estoy diciendo? Seguro que su nombre ya no está en la guía telefónica. Y si me presentara en su editorial o en la emisora de radio, me negarían la entrada.


—Puedes encontrarlo en una firma de libros —dijo Alicia.


Los ojos de Paula se iluminaron.


—En una firma de libros…


Alicia asintió.


—Por supuesto. De hecho, acabo de ver un anuncio en la prensa. Según parece, va a firmar libros entre las tres y las cinco de la tarde.


—¿En serio? Qué interesante…


—Paula, no sé qué estás pensando, pero te recomiendo que no empeores la situación —intervino Julia.


Paula no le hizo caso. Se giró hacia el ordenador y empezó a buscar la librería donde se presentaba el libro de Pedro.


—¿Empeorar la situación? ¿Cómo podría? Ya ha destruido mi carrera, mi reputación y mi vida —alegó.


—No las ha destruido; solo las ha dañado. No puedes apagar un fuego con gasolina.


—Olvidas que soy una profesional, Julia. Soy muy capaz de enfrentarme a mi ex por una actitud positiva y apropiada a las circunstancias.


Julia soltó una carcajada irónica.


—¿Estás segura de eso?


—Sí —sentenció.


—Y sabes que no lo puedes estrangular ni pegarle en público.


Paula se recostó en la silla y cerró los ojos.


—Desgraciadamente, sí, lo sé. Pero tengo que hacer algo. Debo intervenir antes de que sea demasiado tarde.





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