miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPITULO 5




El rascacielos donde se encontraba la sede de Broad Horizons Broadcasting era como cualquier otro rascacielos de Chicago.Paula no estaba segura de lo que esperaba cuando el coche negro se presentó en su domicilio, pero no se sintió como si se dirigiera a una emisora de radio, sino más bien como si fuera a una compañía de seguros.


Cuando el vehículo llegó a su destino, le dio las gracias al conductor. Le había dedicado la misma cortesía que habría usado con una famosa.


Al entrar en el edificio, estuvo a punto de soltar una carcajada; curiosamente, el rascacielos también era sede de una compañía de seguros, además de una empresa de inversiones, un bufete de abogados y otros negocios parecidos.


Se acercó a recepción, dio su nombre y dijo adonde se dirigía. El guardia de seguridad arqueó una ceja.


—No es usted como imaginaba, doctora Chaves.


Paula no supo si tomárselo como un cumplido.


—¿Es que me esperaba?


—Por supuesto. La señorita Wilson me pidió que la enviara directamente al piso quince en cuanto llegara.


Paula se empezó a preocupar. Se lo había pedido Jesica Wilson, no Pedro. De hecho, su ex todavía no se había puesto en contacto con ella.


Solo faltaba una hora para el programa. Necesitaba hablar con Pedro para establecer unas normas generales y un plan de acción cuando estuvieran en directo, porque de lo contrario, corría el riesgo de hacer el ridículo.


El guardia se levantó y la acompañó al ascensor.


—Tengo que darle acceso —explicó el hombre—. Si no se lo diera, no podría llegar más allá del piso catorce… es una medida de seguridad para el equipo del programa y sus invitados.


El guardia introdujo una llave en el panel y añadió, con una sonrisa:
—Buena suerte.


—Gracias.


Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en marcha. 


Paula se intentó convencer de que el vacío que sentía en el estómago se debía a la velocidad del ascensor, pero no era una buena mentirosa en lo tocante a ella misma.


Cuando llegó a su destino, salió al corredor. La sede de Broad Horizons era como la de cualquier empresa grande, con moqueta en el suelo, fluorescentes en los techos y cubículos independientes para los trabajadores.


—¡Paula!


Al oír la voz, Paula se giró.


Era Jesica. Y a diferencia de la sede, su aspecto no podía ser más distinto al que había imaginado. Alta, esbelta y con una melena negra y rizada que le caía maravillosamente sobre los hombros. Parecía una supermodelo.


Paula se sintió muy poca cosa en comparación.


—Me alegra que hayas venido. El programa de hoy va a ser fantástico.


Pau le estrechó la mano y la llevó hacia el estudio.


—Debo admitir que no eres como te había imaginado —dijo Paula.


—¿Ah, no?


Paula comprendió que se estaba metiendo en un lío e intentó rectificar.


—Bueno, me refería a tu voz… Supuse que sería… es decir…


Jesica rio.
—No te preocupes, eso es lógico. Nadie es como te lo imaginas cuando lo oyes en la radio. Excepto Pedro, por supuesto… La gente espera un rasgabraguitas cuando oyen su voz y eso es exactamente lo que es.


—¿Un rasga qué?


—Un rasgabraguitas —repitió Jesica—. Ya sabes, el tipo de hombre por el que una mujer se arrancaría las bragas.


Paula estuvo a punto de trastabillar. Jesica Wilson tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo en voz alta. Ella misma se habría arrancado las bragas por Pedro en multitud de ocasiones.


—Pero eso es lo mejor de Pedro. A los hombres les gusta lo que dice y a las mujeres les gusta su cuerpo… es perfecto para el programa. Ellos quieren ser como él y ellas, lo quieren a él —afirmó Jesica.


—A todo esto, ¿dónde está?


—Su avión llegó con mucho retraso y ha estado muy ocupado esta tarde. Le dije que te llamara por teléfono, pero no habrá tenido ocasión. Descuida, lo verás dentro de poco.
Jesica abrió una puerta y añadió:
—Me temo que no tenemos sala de espera; esta habitación es lo mejor que te podemos ofrecer. Ponte cómoda e intenta relajarte un poco. Te empezaremos a preparar dentro de un par de minutos.


Paula salió y cerró la puerta.


En cuanto se quedó a solas, Paula se dio cuenta de que la había llevado a la sala de descanso de los trabajadores de la emisora. Tenía una mesa, un sofá, un frigorífico y una cafetera. Las paredes estaban llenas de fotografías de políticos, deportistas de élite y famosos en general que posaban en compañía de periodistas de la emisora. Al ver la de Pedro y el vicepresidente del gobierno, se quedó helada.


No se le había ocurrido que aquel programa de radio fuera tan importante. Estaba a punto de sentarse en la misma silla y probablemente de usar el mismo micrófono que el vicepresidente del gobierno.


Se sentó en el sofá y se pasó una mano por el pelo, intimidada.


Iba a hablar por la radio a miles o quizás decenas de miles de personas. Y por si fuera poco, estaría al lado de Pedro.


Sacó el carmín y se lo llevó a los labios. Se dijo que no lo hacía por Pedro, sino por sentirse más segura. Pero no se pudo engañar.


Un momento después, la puerta se abrió. Y no era Jesica.


—¿Por qué te pintas los labios? —preguntó Pedro con sarcasmo—. Esto es la radio. No te va a ver nadie.


Paula se sintió tan avergonzada que guardó el pintalabios a toda prisa y contra atacó con lo primero que se le ocurrió, para desviar la atención de Pedro:
—Yo también estoy encantada de verte otra vez.


Pedro asintió con expresión seria. No parecía muy feliz de tenerla en la radio.


Se acercó al frigorífico y sacó dos botellas de agua; después, le dio una a Paula, se quedó la otra y dijo:
—No puedo creer que Jesica te convenciera para participar en el programa.


—¿Por qué no? Me hizo ver que serviría para poner punto y final a las especulaciones sobre nuestro matrimonio.


—¿En serio? —ironizó—. Jesica sería capaz de sacrificar perritos en vivo y en directo con tal de aumentar el índice de audiencia.


Paula se estremeció.


—Entonces… ¿me vas a sacrificar?


Pedro sacudió la cabeza.


—Esto no ha sido idea mía, Paupy. Yo no sabía nada hasta que lo leí en un periódico del avión. De hecho, he tenido que cambiar mis planes para concederte un espacio en el programa de esta noche.


—Pero yo pensaba que tú lo sabías…


—Pues pensaste mal.


—¿Y por qué no me has llamado? Podríamos habernos ahorrado el problema…


Pedro se encogió de hombros.


—Porque el mal ya estaba hecho. Yo no podía hacer nada. Tu aparición se ha anunciado en los medios de comunicación y no podemos dar marcha atrás —contestó—. Además, he estado muy ocupado.


—Sí, ya me lo imagino —dijo ella, nerviosa—. Un programa de radio, las presentaciones del libro… debe de ser agotador. ¿Cómo te las arreglas para practicar la abogacía al mismo tiempo?


—No me las arreglo.


—No te entiendo…


—Ya casi no ejerzo como abogado.


Paula se llevó una buena sorpresa. Sabía que Pedro adoraba el Derecho. Siempre había sentido pasión por la ley y la justicia.


—Mi nombre sigue en la puerta del bufete —explicó Pedro—, pero eso no significa que lleve todos sus casos. Para eso están mis compañeros y mis ayudantes.


—¿Y no lo echas de menos?


—No tengo tiempo para echarlo de menos.


Paula se mantuvo en silencio.


—Pero dejemos de hablar de mí —dijo él—. Parece que la vida te ha tratado bien… al final conseguiste lo que querías. Ya eres psicóloga.


—En efecto.


—¿Y es tan bueno como esperabas?


Paula notó un fondo de acritud en su pregunta, como si quisiera provocarla. Fue tan leve que nadie más lo habría notado; pero ella conocía muy bien a su ex.


—Tan bueno y más —respondió, desafiante.


—Me alegro por ti.


Pedro se llevó la botella de agua a los labios y se la bebió entera, de un trago. Después, tiró el recipiente vacío.


—¿Qué se siente al ser el gurú nacional de los divorcios? —atacó ella—. ¿Es lo que esperabas cuando empezaste a estudiar Derecho? Pero no, claro que no… estudiaste Derecho antes de convertirte en gurú. ¿Por qué, Pedro? ¿Porque la radio y los libros dan más dinero que defender la constitución?


Pedro sonrió.


—Sí, dan mucho más dinero; pero sobre todo, son más emocionantes.


—Y pensar que te tomé por un idealista…


—El idealismo ciego es peligroso.


—Así que te pasaste a la radio.


Él asintió.


—Exacto.


—¿Y no te molesta?


—¿Por qué me va a molestar?


—Porque tu trabajo es esencialmente pesimista. Cualquiera que te oiga, pensará que todos los matrimonios terminan en divorcio.


Él arqueó una ceja y declaró, con ironía:
—Oh, vaya, ¿de dónde habré sacado esa idea?


Paula lamentó haber sacado el tema de conversación. Pedro tenía razón; se había divorciado de él. 


Y si seguían por ese camino, se estarían peleando mucho antes de entrar en el estudio y comenzar el programa.


—Bueno, evitemos las cuestiones personales. O al menos, limitémoslas hasta donde sea posible —dijo ella.


Él asintió.


—Ése era mi plan.


—Me alegra que tengas un plan. ¿Por qué no me das más información al respecto?


—Bueno, no hay mucho que decir, pero tendremos suerte si conseguimos que el programa te resulte útil.


—¿Y a ti? ¿Te resultará útil?


Pedro rio.


—Paula, esto no tiene nada que ver conmigo. A mí me da igual; digas lo que digas, no tendrá efecto en mi vida.


—Es decir, que me estás haciendo un favor…


Él se encogió de hombros.


—Sí, Paula, te estoy haciendo un favor. Ya soy el número uno en mi franja horaria. No necesito más publicidad.


—Pero Jesica dijo que…


—Jesica está obsesionada con los índices de audiencia. Tu presencia aquí no me ayuda a mí; en todo caso, la ayuda a ella.


Paula se quedó pasmada.


—Dios mío… ¿Y qué podemos hacer?


—Seguir adelante. No tenemos otra opción.


Al notar su inseguridad, añadió:
—En primer lugar, es importante que te deshagas de toda la hostilidad que llevas dentro. Sé amigable, pero no en exceso. Sé educada y procura mantener cierta distancia emocional. Jesica ha buscado algunas de las especulaciones más estrambóticas que la prensa ha publicado sobre nosotros, de modo que tendremos ocasión de reírnos de ellas.


Paula asintió.


—¿Eso es todo?


—No. Presta atención si quieres que esto salga bien… Nuestro matrimonio debe parecer aburrido; debe parecer tan común y corriente como la mayoría de los matrimonios. Es la única forma de que los oyentes pierdan interés por nuestro divorcio. Si lo conseguimos, el resto será coser y cantar.


Paula sabía que Pedro solo pretendía ayudarla para que no metiera la pata en el programa; además, también creía haber superado el fracaso de su relación anterior y los rencores derivados del divorcio. Pero a pesar de ello, interpretó sus palabras como un desprecio de los buenos tiempos que habían pasado y se sintió tan herida que faltó poco para que dijera algo inconveniente.


Por suerte, Jesica apareció en ese momento y le concedió los segundos que necesitaba para recuperar el aplomo.


Mientras Pedro y la productora hablaban sobre el programa de la noche, ella se maldijo por haberse prestado a salir en la radio. El riesgo de empeorar la situación era tan elevado que, en ese momento, habría preferido cambiarse el nombre y mudarse a Canadá, donde nadie la conocía.


Segundos después, Jesica y Pedro recogieron unos papeles y más botellas de agua.


—¿Preparada? Ya es hora —dijo Jesica.


Pedro abrió la puerta y la esperó. Al ver que Paula permanecía inmóvil, arqueó una ceja.


Paula se sintió como si la llevaran al patíbulo, pero se puso en marcha. Era consciente de estar a punto de cometer la mayor estupidez de su vida.





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