domingo, 8 de febrero de 2015

CAPITULO 17




Pedro no podía creer que hubiera dejado a Paula para pasar una noche solo en un hotel de Cincinnati.


Tenía que estar loco.


Hacía tiempo que estaba harto de las obligaciones publicitarias de su trabajo, que lo obligaban a viajar por todo el país; pero aquello era la gota que colmaba el vaso. Se dijo que hablaría seriamente con Andy y que podría fin a las giras. Quería recuperar el control de su existencia.


Consideró la posibilidad de llamar por teléfono a Paula, pero decidió dejarlo para más tarde porque supuso que estaría trabajando y no quería interrumpirla. Él mismo tenía bastante trabajo atrasado, pero tenía tan pocas ganas de trabajar que olvidó el asunto y sacó la carpeta que Simon le había dado el viernes por la mañana.


Simon era un joven estudiante de Derecho al que había contratado por hacerle un favor a un amigo. Estaba de prácticas en el bufete, pero Pedro lo encontraba refrescante. Siempre acudía a él con alguna pregunta sobre un caso especialmente interesante o sobre cuestiones legales de fondo.


Pero el contenido de aquella carpeta era diferente.
Simon había empezado a trabajar en un caso relativamente complejo, donde el derecho a la intimidad de un estudiante universitario estaba en peligro por las leyes del sistema. 


Incluso se había tomado la molestia de llenar los márgenes de las hojas con preguntas, dudas, referencias legales y una apelación muy inteligente de la Novena Enmienda para respaldar su argumento.


Pedro pensó que tenía talento. Se había equivocado al creer que el fallo del Tribunal Supremo de 1969 era procedente para el caso, pero acertaba en el fondo de la cuestión; de hecho, existía una sentencia de 1990 que apoyaba su tesis.


Al cabo de una hora, Pedro comprendió que Simon se enfrentaba a un problema de implicaciones tremendas. La violación de los derechos de aquel estudiante universitario era tan descarada que le pareció indignante que el caso no hubiera llegado a los medios de comunicación.


Alcanzó el ordenador portátil y abrió el programa de correo. 


Después, escribió a su secretario personal, a un compañero de la radio que siempre estaba interesado en ese tipo de cuestiones y a un amigo de la universidad que trabajaba para la Unión de Libertades Civiles. Si se ponían manos a la obra y buscaban la información necesaria, él se podría encargar cuando volviera a casa.


Justo entonces, recordó que le esperaba una semana de infarto y que no tendría tiempo para nada. Y en ese preciso momento, se dio cuenta de que necesitaba volver a la abogacía.


La necesidad de llamar a Paula se volvió más fuerte que antes. Era la única persona que entendía su entusiasmo con esas cosas.


Al pensar en ello, sonrió. Tenía la impresión de que el destino intentaba decirle algo.


Pero ya era demasiado tarde para llamar. Paula estaría durmiendo; y por otra parte, él tenía que descansar un poco.


Se lo diría al día siguiente, durante la cena.



***


La llamada llegó antes de lo esperado; pero cuando Paula vio el número de la clínica en la pantalla del teléfono, supo que su suerte estaba echada.


Ya sabía que la doctora Weiss la iba a despedir; lo sabía desde que Julia la llamó la noche anterior y le advirtió sobre una grabación que se había publicado en la página web de la emisora de radio. Cuando entró en ella y la escuchó, sus esperanzas laborales y vitales saltaron por los aires.


Era un montaje de su intervención en el programa de Pedro


Lo habían manipulado de tal manera que ella quedaba como una bruja histérica.


—¿Dígame?


—Hola, Paula, soy la doctora Weiss.


La doctora se mostró tranquila y no levantó la voz en ningún momento mientras sermoneaba a Paula sobre su actitud profesional, la intimidad de los pacientes, la reputación de la clínica y las decisiones equivocadas. Incluso permitió que Paula se explicara y alimentó sus esperanzas, pero solo para aplastarlas a continuación.


Acto seguido, Weiss la despidió con el mismo tono tranquilo que había utilizado antes.Paula podía pasar por la tarde, cuando cerrara la clínica, a devolver las llaves y recoger sus pertenencias.


La noticia la dejó tan derrotada que no sabía qué hacer. 


Había perdido todo lo que le importaba, todo por lo que había luchado.


Y no era culpa suya. Aunque hubiera actuado de forma irreflexiva, aunque hubiera tomado algunas decisiones equivocadas, no era culpa suya.


Su primer impulso fue el de culpar a Pedro; pero lo conocía lo suficiente como para saber que no tenía nada que ver con la grabación de la emisora. Sencillamente, no era su estilo. 


Además, habría sido absurdo; era imposible que, después del fin de semana que habían pasado, se dedicara a manipular sus declaraciones en la radio para dejarla en mal lugar y destruir su imagen.


No, aquello era obra de Julieta. Pedro ya le había advertido de que era capaz de hacer cualquier cosa por aumentar la audiencia. Era la típica mujer narcisista y ambiciosa que no se detenía ante nada.


Pero saberlo no cambiaba en modo alguno la situación.


Estaba acabada.


Por muchas vueltas que le diera, no encontraba ninguna salida. Había trabajado muy duro en la universidad; había luchado con uñas y dientes para conseguir el puesto de interina en la clínica y ahora estaba en una vía muerta.


Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las lágrimas no aliviaron su dolor.


Por masoquista que fuera, volvió a mirar la página web de la emisora. No llegó tan lejos como para torturarse otra vez con la maldita grabación, pero notó que el contador de visitas indicaba más de doscientas en la última hora y varias docenas de enlaces a otras páginas de Internet.


La velocidad de la red era una fuerza muy peligrosa, pero al menos servía para que Paula contemplara la destrucción de su imagen en tiempo real.


Al final, recogió el correo. Tenía un mensaje de Pedro.


He intentado llamarte, pero no quieres contestar el teléfono.


Paula pensó que no era exactamente así. En efecto, Pedro había llamado varias veces y ella no había contestado; pero no se trataba de que no quisiera contestar, sino de que no se sentía con fuerzas para hablar con él. 


Aunque Pedro no tuviera la culpa de lo sucedido, estaba metido en el asunto.


El mensaje seguía así:
Pasaré a buscarte cuando termine el programa. Piensa en algún restaurante adonde ir. Ah, y llévate una bolsa con las cosas que necesites para pasar la noche… tu casa está llena de muebles quebradizos.


Por las palabras de Pedro, solo cabían dos posibilidades: que no supiera nada de la grabación de la emisora o que se hubiera vuelto loco.


En cualquier caso, Paula no quería salir a cenar con él. 


Pasaría por la clínica a recoger sus cosas, pero más tarde, cuando las dejara en el piso, se encerraría en su habitación e intentaría dormir.


Se inclinó sobre el teclado y envió una respuesta a su nota. 


Decía así:
Pedro, esta noche no quiero salir. Tal vez mañana.


Paula había estado a punto de contarle lo de la grabación de la emisora, pero se lo pensó mejor y decidió dejarlo para otro momento.


Estaba tan deprimida que, si hablaba de ello en su estado, se habría derrumbado.





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