martes, 10 de febrero de 2015
CAPITULO 19
A Pedro se le encogió el corazón cuando detuvo el coche delante del domicilio de Paula. Media docena de reporteros habían acampado en los alrededores y habían llamado la atención de los vecinos, que se arremolinaban a su alrededor.
El camino hasta el portal fue un bombardeo de preguntas y de flashes, pero estaba tan preocupado por Paula que eso le pareció lo de menos. Con toda seguridad, lo creía culpable del fiasco de Julieta.
Cuando llamó a la puerta, se molestó en gritar su nombre para que no lo tomara por un periodista. Paula tardó más de la cuenta en abrir. Y cuando lo hizo, no parecía precisamente contenta de verlo.
Estaba pálida y tenía ojeras, como si no hubiera dormido la noche anterior. Pedro maldijo a Julieta para sus adentros.
—Pedro, yo…
—Has visto lo de Internet, ¿verdad? Ha sido cosa de Julieta. Yo no he sabido nada hasta hace una hora.
—Sí, ya lo he visto. Y te creo.
Paula parecía sincera, pero ni se apartó de la entrada ni lo invitó a entrar.
—La he despedido, Paula.
Ella arqueó las cejas.
—Y le he ordenado a Andy que encuentre la forma de limpiar tu reputación —continuó—. Lo siento muchísimo.
Paula asintió en silencio.
—Deja que entre, por favor. Si me quedo aquí, nos arriesgamos a que se presente algún periodista y nos saque en las noticias de la noche.
—Como si no estuviéramos ya —ironizó.
A pesar del comentario, se apartó de la puerta y lo dejó entrar. Después, cruzó el salón y estuvo a punto de sentarse en el sofá, pero cambió de opinión y se acomodó en una silla; probablemente, para no estar junto a él.
Justo entonces, Pedro vio las cajas que estaban en la entrada.
—¿Qué es eso? ¿Aún tienes intención de marcharte a Canadá?
Paula rio sin humor.
—Ojalá… son las cosas que tenía en el despacho de la clínica. Julieta no es la única persona que ha perdido su trabajo.
—Entonces, te han despedido.
—Sí, claro.
—No puedo creer que tu jefa sea tan injusta. Todo esto es absurdo.
Ella suspiró.
—No, no lo es. La discreción y la reputación profesional lo son todo en mi trabajo. Cometí el error de ser indiscreta y, en consecuencia, he perdido mi reputación.
—Por si te sirve de algo, esa información ya no está en la página web de la emisora.
Paula asintió.
—Te lo agradezco mucho, pero el daño ya está hecho.
—Bueno, no le des más vueltas. Conseguirás otro empleo y recuperarás la reputación que has perdido.
—No.
Él la miró con extrañeza.
—¿No? ¿Por qué no?
—Supongo que el otro día no me expliqué bien. Conseguir un empleo de interina es muy difícil, y nadie me va a dar otra oportunidad.
—No lo entiendo…
—Las consecuencias de este problema no se limitan a mi trabajo en la clínica, Pedro. Ningún psicólogo serio confiaría en una interina que ha destrozado su carrera por salir en los medios de comunicación; sobre todo, después de que Julieta me convirtiera en poco menos que una demente.
—Pero eso va a cambiar. La emisora se disculpará en público y se retractará.
—¿Y qué? Ni sus disculpas ni sus puntualizaciones llegarán tan lejos como la manipulación de Julieta. Y aunque lo hicieran, a la gente les parecerían sospechosas… No, me temo que ya no hay nada que hacer. Esto ha puesto en duda mi capacidad, mi ética y hasta mi estabilidad emocional. ¿Crees que las autoridades académicas me concederán la licencia para ejercer de psicóloga en esas circunstancias?
—Por Dios, Paula, hay psicólogos incomparablemente más infames que tú. ¿Cómo se llama el que sale en televisión?
Paula sacudió la cabeza.
—Todos ellos consiguieron la licencia antes de hacerse famosos. Y la mayoría, las han perdido más tarde.
Pedro deseó estrangular a Julieta. Se sentía culpable de lo sucedido. Aunque no había sido cosa suya, su mundo había destrozado la carrera de Paula.
—¿Y qué hacemos ahora?
—¿Hacemos? Querrás decir qué voy a hacer yo… —puntualizó ella—. Mañana empezaré a buscar otro trabajo.
—Magnífico. ¿Dónde?
Paula se encogió de hombros otra vez.
—No sé, quizás en un bar, como camarera…
—¿Es que te has vuelto loca? Puede que no tengas la licencia para ejercer, pero tienes una licenciatura.
—Como tantas otras personas, Pedro.
—No te entiendo.
—¿Qué es lo que no entiendes? El mundo está lleno de licenciados que se dedican a servir mesas porque no encuentran otro trabajo. Recuérdalo la próxima vez que vayas a un restaurante. Sé generoso con la propina, porque las carreras universitarias son caras y suelen estar endeudados.
—Esto es completamente ridículo —dijo él, dominado por la frustración—. Julieta confesará que manipuló ese resumen. La única que va a quedar mal es ella. Y en cuanto al resto, Amdy se encargará de solucionarlo.
—Olvídalo, Pedro.
Pedro no estaba dispuesto a olvidarlo.
—¿Necesitas dinero, Pau?
—¿Me estás ofreciendo un préstamo?
—No, nada de préstamos. Andy se ha apresurado a decirme que he ganado un montón de dinero con esta canallada, y yo diría que ese dinero tiene que ser tuyo. Es lo menos que puedo hacer —afirmó
Paula sacudió la cabeza una vez más.
—Pedro, no necesito tu dinero. Ya me las arreglaré.
Pedro no entendía nada.
—¿Por qué te niegas a aceptar mi ayuda?
—Porque son mis problemas, no los tuyos.
—Pero la semana pasada insinuaste que yo era el origen de tus problemas.
Ella sonrió con debilidad.
—Eso es verdad.
—Entonces, deja que te ayude.
La sonrisa de Paula desapareció enseguida. Se quedó en silencio de nuevo y Pedro supo que estaba en plena tormenta interior y que intentaba tomar una decisión al respecto.
Por fin, respiró hondo y dijo:
—Corrígeme si me equivoco, Pedro. Ayer, cuando te marchaste, tuve la impresión de que este fin de semana había sido algo así como un… principio nuevo para nosotros. ¿Estaba equivocada?
La franqueza de Paula lo dejó sin palabras. No lo esperaba y no sabía qué responder.
—¿Y bien? Estoy esperando una respuesta.
Pedro carraspeó.
—¿Quieres que sea un principio nuevo?
—No juegues conmigo. No espero que te arrodilles ante mí y me pidas que nos casemos otra vez. Solo necesito saber si esto es una simple aventura agradable o si existe la posibilidad de que se convierta en algo más serio.
—Bueno, yo…
—No me malinterpretes, Pedro. No me hago ninguna ilusión. Solo quiero saber eso; nada más —insistió.
—Siempre existe esa posibilidad.
Paula lo miró a los ojos.
—Entonces, no puedo aceptar tu dinero.
La declaración de Paula irritó tanto a Pedro que se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro.
—¿Por qué eres tan obstinada? Eso no tiene ni pies ni cabeza.
—Como tal vez hayas notado, ya no soy la persona que fui.
—¿Y qué?
—Que he cambiado; ya no estoy dispuesta a explorar las posibilidades de una relación sin establecerla de igual a igual. Si permito que hagas de caballero andante con tu cartera llena de dinero, dejaríamos de ser iguales.
—¿Pero aceptas la ayuda cuando no es económica? He puesto a trabajar a Andy para que limpie los platos rotos y lo has aceptado sin rechistar —le recordó.
—Lo he aceptado porque quiero que Andy también me represente a mí.
Pedro agitó una mano en gesto de desesperación.
—No seas ridícula…
—Y tú, deja de ser tan mandón. Intenta verlo desde mi punto de vista. Antes que salvar mi carrera, tengo que salvar mi orgullo.
Pedro sacudió la cabeza.
—Cometes un error.
—¿Un error? ¿Por qué?
—Porque es justo al revés; si quieres salvar tu carrera, tendrás que tragarte tu orgullo. Comprendo que tu ego se sienta herido, pero…
—Espera un momento —lo interrumpió—. ¿Quién es el que está soltando basura psicologista ahora?
—Esto no tiene nada que ver con la psicología. Has chocado de lleno con los medios de comunicación, y yo conozco ese ámbito mejor que tú.
—Oh, sí, claro —se burló.
—Sí, por supuesto —insistió él—. Y será mejor que me escuches… De momento, olvídate de tu orgullo. Haz lo que tengas que hacer para salir adelante. Te aseguro que tu orgullo se recuperará al mismo tiempo que tu carrera.
—Hablas muy bien, Pedro, pero…
—Nada de peros. ¿Cómo crees que se las arreglan mis clientes? ¿Cómo crees que sobreviven cuando se publican los detalles más escabrosos de sus relaciones personales y tienen que sostener sus carreras a la vez?
Paula se dio cuenta de que Pedro tenía razón.
—Está bien, ya lo entiendo. ¿Qué sugieres que haga?
Pedro se plantó ante ella y se cruzó de brazos.
—Ahora que ya no tienes que preocuparte de tu jefa, aprovecha la circunstancia para tomar el control de tu imagen pública. Pero hazlo en serio.
—¿Eso me lo dice alguien que ni siquiera lee lo que publican de él? Además, ya lo he intentado, ¿recuerdas? Y no funcionó.
—Pau, Pau, Pau… —dijo, sacudiendo la cabeza—. No funcionó porque no tenías la actitud adecuada. Y ahora, hazme el favor de ponerte un vestido.
Paula parpadeó.
—¿Cómo? ¿Por qué quieres que me ponga un vestido?
—Porque te voy a llevar a cenar. Es el primer paso para desacreditar a la canalla de Julieta. Y por si eso fuera poco, tengo hambre.
—No estoy de humor para salir.
—Pues vas a salir. Sinceramente, yo preferiría quedarme aquí, contigo, pero es importante que te vean en público.
—¿En público?
—Sí, ya lo has oído. Tienes que aparecer con la cabeza bien alta y dar la sensación de que controlas tu vida. Ahora mismo te estás comportando como si sintieras vergüenza de ti misma, y eso es lo último que debes hacer. Además, necesitas una comida decente para recobrar energías.
Paula se lo pensó un momento y llegó a la conclusión de Pedro estaba en lo cierto. Además, no tenía nada que perder.
No estaba segura de que el plan de Pedro funcionara, pero al menos era un plan.
—De acuerdo, como quieras. Me vestiré.
Pedro sonrió y le dio un beso que borró todas sus preocupaciones de golpe. Paula se quedó asombrada.
Había pasado uno de los días más duros de su vida y, sin embargo, ya no le parecía tan importante.
Más animada, le puso una mano en el pecho y comentó:
—Antes de vestirme, tendré que desnudarme. Y ya que me voy a desnudar…
Paula no tuvo que terminar la frase. Pedro lo entendió a la primera y le ofreció un rato maravilloso.
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