Julia sirvió una copa de vino a Paula e intentó a animarla.
—¿Has probado en la consulta del doctor Kincaid? Dicen que…
Paula sacudió la cabeza.
—Lo he intentado en todas partes y no he conseguido nada
—le informó—. El doctor Hearst, el de la clínica de Elgin, parecía interesado; pero es un tipo raro y tengo la impresión de que solo quiere…
—¿Qué quiere?
—Tocarme.
—Oh.
—Sí, oh.
—Lo siento mucho, Paula. Me gustaría poder hacer algo para ayudarte.
Paula sabía que la preocupación de su amiga era sincera.
Siempre había estado de su lado. Incluso había hecho todo lo posible por defenderla ante la doctora Weiss.
—Has hecho todo lo que podías, Julia. Lo único que necesito ahora es esto… una copa de vino y una conversación con una amiga. La posibilidad de pasar un buen rato.
—Eso ya lo tienes. Sabes que mi casa es tu casa. Y no lo digo únicamente en sentido metafórico —puntualizó.
—Descuida, aún no me han echado del piso.
—Bueno, algo es algo…
—De hecho, ha surgido una posibilidad inesperada. Hablé con uno de mis antiguos profesores y puede que tenga un trabajo para mí.
—¿En serio?
—Solo es una clínica pequeña, con pacientes de ingresos bajos. Casi todos los casos serían de abusos…
—No parece que te agrade demasiado.
—No, pero al menos tendría un sueldo. Lo malo es que la clínica está en Carbondale.
Julia arrugó la nariz.
—Dios mío… eso está a casi cuatro horas de aquí.
—No, a cinco y media —puntualizó—. Pero Carbondale es mucho más barata que la ciudad, así que me podría alquilar un piso decente y viviría mejor que ahora.
—¿Y qué opina Pedro?
—Todavía no lo sabe. No le he dicho nada. Ni siquiera entiende que no me vaya a vivir a su casa —contestó.
—Sinceramente, yo tampoco lo entiendo.
—¿Que no lo entiendes? —preguntó—. ¿Tú te marcharías a vivir con tu exmarido?
—No tengo exmarido —le recordó.
—Ah, sí, es verdad. Pero en cualquiera caso, marcharme a vivir con Pedro no me parece una buena idea. Aunque nos llevamos bien, ni él ni yo sabemos si nuestra relación se volverá más seria. Y aunque lo supiéramos, seguiría sin ser una opción admisible.
Julia frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Porque me siento como si me hubiera traicionado y fuera incapaz de sobrevivir sin la ayuda de Pedro.
—Así que prefieres marcharte…
—No, no es eso. Solo quiero tener éxito o fracasar por mí misma.
—Paula, tú no te tienes que demostrar nada. Antes de ese lío con los medios, tu carrera iba por buen camino. Esto no ha sido un fracaso tuyo; de hecho, ni siquiera ha sido culpa tuya —afirmó.
—Lo sé; pero si permito que Pedro me rescate, será como si yo volviera a ser la Paula de hace siete años. Y no lo puedo permitir.
Julia la miró con extrañeza.
—No lo entiendo. ¿Hay algo de tu matrimonio que no me hayas contado?
Paula echó un trago de vino y contestó:
—No, nada grave. Simplemente, me convertí en la esposa de Pedro; en nada más que la esposa de Pedro. Él no era tan famoso como ahora, pero ya era bastante popular. Cuando estaba con él, me sentía como si fuera su sombra.
—Y no quieres que vuelva a ocurrir…
—No, no quiero.
—Pero no tiene por qué ser así. Yo no conocí a la Paula de entonces, pero conozco a la Paula de ahora y sé que no es la sombra de nadie.
Paula rellenó su copa de vino.
—Gracias, Julia. Desgraciadamente, hay otro problema.
Julia la miró con interés.
—¿Cuál?
—Que no sé qué va a pasar entre Pedro y yo.
—Ah, comprendo…
—Es mi exmarido, Julia. No creo que tengamos muchas posibilidades de volver a enamorarnos.
—Eso no lo sabes, Paula.
—No, supongo que no, pero tengo la sensación de que solo estamos recordando los buenos tiempos.
—¿Solo eso? ¿Y qué me dices del sexo? —preguntó, sonriendo.
Paula la miró con exasperación.
—No debería habértelo contado… Sí, nuestra relación sexual es magnífica, pero el sexo no lo es todo. Tú y yo sabemos lo que suele ocurrir en estos casos. La gente vuelve a estar junta y luego, un buen día, aparecen los fantasmas del pasado y destruyen su relación.
—Oh, vamos. Todas las circunstancias tienen sus peligros.
—Te lo diré de otra forma… si yo fuera tu paciente, ¿me animarías a seguir con Pedro?
—Es posible que no; pero no eres mi paciente. Eres la doctora Paula.
Julia alzó su copa a modo de brindis y bebió un poco.
—No sabes cuánto odio que me llamen doctora Paula… me recuerda a la radio.
—No seas tonta. Además, cuatro o cinco meses en Carbondale no es para tanto.
—Lo dices como si me enviaran a Siberia —protestó—. Carbondale no está tan lejos.
—No, pero no es Chicago.
—De todas formas, tienes razón. Solo serán cuatro o cinco meses; seis como mucho. Cuando regrese, mis problemas se habrán olvidado, me darán la licencia de psicóloga y podré ejercer en la ciudad. Solo será un paréntesis.
—Parece que ya has tomado una decisión…
—Sí. La clínica necesita una persona con urgencia y yo necesito un trabajo con urgencia.
—Lo cual nos devuelve al problema mayor. ¿Qué vas a hacer con Pedro?
Paula tardó en responder.
—He tomado muchas decisiones pensando en Pedro. Me mudé a Urbana para estar con él mientras estudiaba Derecho y me mudé a Albany para huir de él cuando las cosas se estropearon. Admito que Pedro es un factor importante en esta ecuación, pero por una vez, quiero tomar una decisión sin pensar en nada que no sea mi vida, mi carrera y mis intereses a largo plazo.
—¿Y qué intereses son ésos?
Paula respiró hondo.
—Ojalá lo supiera.
* * *
Estaban sentados en el sofá, viendo las noticias en televisión. Pedro sabía que le pasaba algo y quería preguntar, pero la conocía bien y se contuvo. Sabía que hablaría cuando encontrara las fuerzas para hacerlo.
El momento llegó al cabo de un rato. Paula apagó la televisión de repente, le dio un golpecito con el pie y dijo:
—Me han ofrecido un trabajo. Es buena oportunidad para conseguir las horas de experiencia que necesito y obtener la licencia de psicóloga.
—Eso es magnífico… ¿Lo ves? Sabía que encontrarías algo. ¿Qué te parece si abro la botella de champán que tengo en el frigorífico y lo celebramos?
Paula sacudió la cabeza.
Pedro la miró y todas sus alarmas se encendieron a la vez.
—¿Qué pasa, Pau?
—Que no es un trabajo perfecto. Trabajaría mucho y cobraría poco, pero no tengo más remedio que aceptar.
Pedro frunció el ceño.
—¿Eso es todo? ¿No hay nada más?
—Sí, hay otra cosa. Sería en Carbondale.
—Por favor, dime que Carbondale no es lugar en el que estoy pensando. Dime que es algún barrio de Chicago que yo desconocía.
—Me temo que no. Solo hay un Carbondale.
Pedro eligió sus palabras siguientes con sumo cuidado.
Tenía la impresión de que aquello era una repetición de lo que había pasado años atrás.
—¿Ya has aceptado el trabajo?
—Aún no. Les dije que necesitaba pensarlo, pero tengo que contestar el viernes como muy tarde. Si lo acepto, empezaría siete días después.
—No tienes que marcharte a Carbondale. Ya te he dicho que…
—Que me ayudarías, sí, lo sé; pero yo también te he dicho varias veces que no quiero depender de nadie. Necesito salir adelante por mis propios medios.
Pedro pensó que era muy obstinada.
—Así que prefieres mudarte a la otra punta del estado antes que aceptar mi dinero —sentenció.
Ella se encogió de hombros.
—Solo serán seis meses. Como mucho.
—¿Y qué pasará con nosotros?
—¿Es que hay un nosotros? No sé que hay entre tú y yo, Pedro, pero no es suficiente para que renuncie a mi carrera.
Pedro se empezó a enfadar.
—Ah, claro, tu carrera. Como siempre.
—Oh, vamos, ¿vas a empezar otra vez con eso? Ya te he dicho que solo serán seis meses. Si no eres capaz de aceptar un inconveniente tan leve como estar separados durante una temporada, es que nunca habrá un nosotros.
Él se mantuvo en silencio.
—Por una vez, piensa un poco en mis intereses —continuó—. Yo me sacrifiqué para que tú pudieras estudiar. Cambié de universidad y retrasé mis propios estudios porque quería estar contigo.
—Sí, y luego me abandonaste porque tu carrera era lo primero.
—Maldita sea, Pedro. Ni siquiera te estoy pidiendo que te vengas conmigo a Carbondale.
—Menos mal.
—Solo te estoy pidiendo que me apoyes un poco. Además, esto no es como lo que pasó entonces. En aquella época, no tuve más opción que elegir entre mis objetivos profesionales y tú.
—Y elegiste tu profesión.
—Porque no pudimos llegar a un acuerdo mutuo.
—¿A un acuerdo? Yo no podía elegir, Pau —le recordó—. Era Albany o nada.
—Eso no es verdad.
—Por supuesto que lo es. Lo sabías de sobra. Tú misma has dicho que puestos a elegir entre tu carrera y yo, elegiste lo primero.
—Pedro…
—Hice todo lo posible, Pau. Lo hice entonces y lo estoy haciendo ahora. Tenía la esperanza de que la lista de prioridades hubiera cambiado un poco con los años, pero veo que no es así.
—Y yo tenía la esperanza de que hubieras cambiado, de que fueras capaz de establecer una relación entre iguales —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Por lo visto, los dos nos hemos equivocado.
—Supongo que eso es cierto.
Paula entrecerró los ojos.
—Quizás sea mejor que lo olvidemos.
—¿Que lo olvidemos? ¿A qué te refieres?
—A todo esto, a todo lo que ha pasado desde que cometí el error de presentarme en aquella librería. Vuelve a tu fabulosa vida, Pedro. Yo intentaré salvar lo que queda de la mía. En Carbondale.
Él suspiró.
—Muy bien. Si eso es lo que quieres, lo tendrás.
Paula sintió una punzada en el corazón. Se sentía como si estuvieran repitiendo, paso a paso, lo sucedido años atrás.
Pero a pesar de todo, respiró hondo, contuvo su nerviosismo e intentó hablar con calma.
—Me alegra que hayamos mantenido esta conversación, Pedro. Ahora sabemos que no ha cambiado nada entre nosotros.
Paula había pensado largo y tendido en su situación personal; había pensado en su trabajo, en la oferta de Carbondale y su relación con Pedro. Pero cuando pronunció esas palabras, sintió un dolor tan intenso que le sorprendió.
Se había estado engañando. Lo que sentía por Pedro era mucho más profundo de lo que había supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario