Pedro se sentía vacío. Tras varias semanas de compartir su tiempo y su cama con Paula, la ausencia de su ex se le hacía insoportable. Había intentado retomar sus rutinas, pero nada iba bien. De todas sus ocupaciones, la única que todavía le interesaba era el caso del estudiante de Simon, al que se dedicaba en cuerpo y alma.
No era feliz. No lo era en absoluto. Aunque había otra persona que compartía o incluso superaba su infelicidad; la persona con la que estaba hablando por teléfono en ese mismo momento. Andy.
—Esa chica del libro de jardinería te ha adelantado en la lista de ventas.
—¿Y qué? Todavía soy el número ocho. No se puede decir que me haya hundido hasta las catacumbas.
—De todas formas, deberías volver a las giras y a las presentaciones.
—No tengo tiempo para eso. El caso del que te hable me tiene muy ocupado.
—Ya, pero ese caso no paga tus facturas.
—El dinero no lo es todo, Andy.
—Puede que no, pero ese caso es tan aburrido como poco rentable.
—¿Aburrido? ¿Cómo puede ser aburrido un caso que afecta a los derechos constitucionales de los ciudadanos? Te pedí que hicieras algo para que llamara la atención de los medios,Andy —le recordó.
—Me temo que no está en mi mano, Pedro. A la gente no le interesa. Si quieres volver a las portadas de los periódicos, tendrás que sacarte otra ex de debajo de la manga.
—Oh, no —dijo, horrorizado—. Con una ex ya tengo de sobra.
—Vamos, Pedro, tienes que darme algo con lo que pueda trabajar; algo que pueda usar para aumentar las ventas…
—La constitución es algo importante.
Andy gimió.
—¿Quieres matarme de un disgusto, Pedro? ¿Por qué no llamas a la doctora Paula y le preguntas si está interesada en…?
—No.
—Hacéis una pareja perfecta en la radio. Podríais hacer un programa semanal y…
—No.
—¿Y si la llamo yo?
—No —insistió—. Y no hay más que hablar.
Andy suspiró otra vez.
—Está bien, como quieras. ¿Te interesaría participar en una subasta de solteros?
—¿Cómo? Creo que has bebido demasiado, Andy. Llámame otra vez cuando estés sobrio. Adiós.
Pedro colgó el teléfono y sonrió. Disfrutaba molestando a su agente.
Poco después, su secretaria lo llamó por el intercomunicador del despacho.
—Pedro, tienes visita. Se ha presentado como la doctora Julia Moss.
Pedro reconoció el nombre enseguida; sabía que era una amiga de Paula porque su ex le había hablado de ella.
—Dile que pase.
—Está bien, como quieras…
Su secretaria lo dijo con un tono de voz tan extraño que Pedro sintió curiosidad. Pero comprendió lo que sucedía cuando Julia entró en el despacho.
El hombre que la seguía dejó una mesita en el suelo y se presentó a continuación. Era la mesita que Pedro le había regalado a Paula.
—Encantado de conocerte. Soy Nate Adams; trabajaba con Paula en la clínica de la doctora Weiss.
—Y yo soy Julia Moss
.
—Sí, creo que Paula me habló de vosotros en alguna ocasión.
—Excelente, porque ella también nos ha hablado de ti. Así nos podemos ahorrar las presentaciones e ir al grano.
La hostilidad de Julia era obvia, pero Pedro intentó mostrarse educado.
—¿En qué os puedo…?
—Solo hemos venido a devolverte la mesa —lo interrumpió Julis—. Habríamos venido antes, pero Nate necesitaba ayuda. Pesa más de lo que parece.
—Lo sé.
Julis carraspeó.
—En fin, Paula nos pidió que le hiciéramos este favor y ya se lo hemos hecho. Será mejor que nos marchemos y te dejemos con tu importante vida de famoso.
Pedro hizo caso omiso del comentario.
—¿Qué tal está? No he sabido nada de ella desde que se marchó. ¿Cómo le van las cosas? —quiso saber.
—Creo que le va bien —dijo Nate, incómodo—. Yo tampoco hablo mucho con ella… está en Carbondale y, según parece, está haciendo un gran trabajo.
—Me alegro por ella.
—Sí, nosotros también nos alegramos por ella —dijo Julia—. Ha recuperado su vida, aunque no precisamente por ti… Nate, ¿podrías esperar fuera un momento? Necesito hablar a solas con el señor Alfonso.
—Por supuesto.
Nate se despidió de Pedro y se marchó.
—Seré sincera contigo —declaró Julia.
Pedro se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.
—Adelante.
—No me caes bien.
—Ya me había dado cuenta —ironizó.
—De hecho, creo que eres un estúpido. Pero debo decir en tu defensa que Paula tampoco ha sido muy razonable contigo.
—Dime, ¿vas a llegar a alguna parte? ¿O solo querías insultarme en mi propio despacho? —la desafió.
—Te equivocas conmigo, Pedro. A decir verdad, yo estaba antes de tu parte.
—Por qué será que me resulta difícil de creer…
—Cree lo que quieras, pero es verdad. Estuve de tu parte hasta que dijiste todas esas tonterías en tu programa de radio. Ese mismo día, le recomendé a Paula que se marchara y se fuera tan lejos de ti como le fuera posible… La mesita lleva dos semanas en el salón de mi casa —afirmó.
—Bueno, pues ya la has traído. Gracias, doctora Moss.
—No hay de qué, señor Alfonso.
Antes de salir del despacho, Julia lo miró una vez más y dijo:
—Sé que Paula tiene intención de volver a Chicago. Si para entonces decide asesinarte, no seré yo quien se oponga.
—Y supongo que tú le ofrecerías la pistola…
—Lo que necesite.
Pedro cerró la puerta y se sentó. Tras la conversación con Julia, empezaba a dudar seriamente de la salud mental de los psicólogos. Sin embargo, la broma sobre asesinarlo le dio que pensar; era evidente que Pedro ya no era la misma; había cambiado y se había transformado en una mujer capaz de salir adelante por sus propios medios y de solucionar sus propios problemas.
Él lo sabía desde que entró en la librería, durante la presentación de su libro; pero había hecho caso omiso porque, en el fondo, creía que solo estaban retomando su antigua relación. Y no era así.
La situación era completamente distinta. Paula era distinta. Aunque las cosas hubieran terminado de la misma forma, con otra separación.
Pero no era demasiado tarde. Aún podía salvar algo del desastre.
* * *
Había una buena razón para ello: la mayoría de sus pacientes eran personas enganchadas a algún tipo de sustancia tóxica, pero los jueves era el día de los grupos de terapia y se podía relajar un poco.
Además, los problemas con las adicciones solían tener complicaciones añadidas, de carácter familiar o legal, que los volvían especialmente deprimentes y desmoralizadores.
Deprimentes, porque estaba cansada de ver familias destrozadas. Desmoralizadores, porque no podía hacer gran cosa por ellos; en general, el daño ya estaba hecho y su papel consistía en poco más que ayudar a recoger los restos de unas vidas rotas.
No todos los psicólogos tenían la fuerza necesaria para afrontar esos casos. Y en los últimos tiempos, le resultaba más duro de lo normal.
Paula se conocía bien y sabía que su agotamiento y su pesimismo no se debía tanto al carácter de los casos que trataba como a sus propios problemas. Sin embargo, eso no cambiaba las cosas.
Para empeorarlo todo, no sabía qué hacer con su escaso tiempo libre. Estaba tan ocupada con el trabajo que no había tenido ocasión de conocer la ciudad ni de hacer amigos; y cuando encontraba un hueco, no le quedaban fuerzas para hacer otra cosa que ver la televisión o mantener conversaciones telefónicas con su madre o con Julia.
Se aburría.
Se sentía sola.
Y estaba embarazada.
La reaparición de Pedro Alfonso había dejado una huella tan profunda en su vida que no podía huir de ella.
Mudarse a Carbondale no había servido para olvidarlo. Por mucho que intentara concentrarse en su trabajo y en sus responsabilidades, él siempre estaba allí, acechando los márgenes de su concentración. Y cuando se quedaba dormida, él acechaba sus sueños y ella se sentía vacía y frustrada al despertar.
De hecho, había estado a punto de no dar importancia al retraso con la regla. Pensó que sería por el estrés y por su obsesión con Pedro, que se manifestaba hasta de forma física.
Pero estaba muy equivocada.
Sus problemas no hacían más que empeorar. De no poder sacar a Pedro de sus pensamientos, había pasado a no poder sacarlo y a llevar un hijo suyo en su vientre.
Era un desastre.
Tenía la sensación de que el universo la odiaba. Primero se había enamorado de él; después, se habían divorciado; más tarde, había dedicado seis años de su vida a olvidarlo; luego, se había enamorado nuevamente de él; y por último, se quedaba embarazada cuando ni siquiera habían discutido la posibilidad de tener un hijo.
Estaba tan desesperada que sentía la necesidad de tirarse de los pelos. Pero al menos, había aprendido a ser sincera con ella misma.
Ahora admitía que estaba enamorada de él y que, probablemente, siempre lo había estado. Ahora admitía la verdad, y como psicóloga que era, sabía que admitir la verdad era el primer paso para cambiar las cosas.
Pero le dolía terriblemente. Se sentía derrotada.
Además, su ruptura con Pedro le resultaba más dolorosa que la anterior. Aunque estaba tan enfadada como entonces, el enfado no la aliviaba en absoluto. Y ya no le importaba quién tenía razón o dejaba de tenerla, porque la razón tampoco aliviaba su angustia.
Si hubiera sido posible, se habría subido al coche, habría vuelto a Chicago y se habría disculpado ante Pedro.
Desgraciadamente, no podía volver. Estaba convencida de que su exmarido ya no quería saber nada de ella.
No obstante, también sabía que tendría que hablar con él en algún momento. Debía saber que se había quedado embarazada y no lo podía mantener en secreto. No habría sido justo ni para él ni para ella ni, en última instancia, para el niño.
Pero de momento, solo quería deleitarse en la autocompasión.
Era lo más fácil.
Solo quería estar todo el día en la cama y refugiarse en el victimismo y en el dolor. Y en eso estaba cuando sonó el teléfono.
Consideró la posibilidad de dejarlo sonar, pero el número que aparecía en la pantalla era el de su amiga Julia.
—¿Dígame?
—Hola, Paula, soy Julia. Enciende la radio ahora mismo.
—¿La radio? ¿Para qué? —preguntó, extrañada.
—Tú enciéndela. Se trata de Pedro. Tienes que oírlo.
Paula se estremeció.
—Eso no puede ser. Pedro no tiene programa esta noche.
—Pues está hablando con Bruce Malaney. Y adivina de quién…
—¿De quién?
—De ti.
A Paula se le hizo un nudo en la garganta, pero hizo caso a su amiga y encendió la radio.
—¿Ya la has encendido?
—¡Calla! ¡Intento oír lo que dice!
—¿Es verdad lo que se dice por ahí, Pedro? —preguntó Bruce Malaney en ese instante—. Se rumorea que Paula Chaves es directa o indirectamente responsable de que vayas a cambiar el formato de tu programa de radio.
Paula se quedó atónita.
—Paula solo es responsable de haberme ayudado a abrir los ojos, personal y profesionalmente —contestó Pedro—. En su formato actual, mi programa ya ha cumplido sus objetivos. Además, he descubierto que no puedes ayudar a la gente con diez minutos de clichés sin la menor profundidad.
Paula se mordió el labio, incrédula.
—¿Y qué vas a hacer ahora, Pedro? Antes me has dado largas para no responder, pero tengo que repetir la pregunta.
Pedro respiró hondo.
—No quiero seguir con la rutina de siempre. Mi situación con Paula me demostró que estaba atascado. La gente tiene miedo a los cambios, a abrir puertas y ver lo que sucede… voy a explorar algunas de las posibilidades de un cambio.
Bruce soltó una carcajada.
—Por tu forma de hablar, cualquiera diría que tu próximo libro va a ser un manual de autoayuda —se burló.
—Creo que las últimas semanas han demostrado claramente que soy la última persona del mundo que debería dar consejos a los demás. Con toda sinceridad, creo que esas cosas deberían estar en manos de profesionales como Paula.
—Bien, amigos, vamos a pasar a publicidad durante unos minutos. Volveremos enseguida con ustedes y con Pedro Alfonso.
Paula no podía creer lo que acababa de oír. Sencillamente, no podía.
—¿Paula? —preguntó Julia.
—Sí, sí, sigo aquí… ¿Has oído lo mismo que yo?
—Por supuesto. Le ha faltado poco para disculparse contigo en público. E incluso te ha llamado profesional…
—No sé, tengo miedo de darle más importancia de la que tiene.
—Pues yo diría que tiene más importancia de la que crees. Pedro ni siquiera podía saber que estarías oyendo el programa. Ha sido todo un caballero. Si yo estuviera en tu lugar, le llamaría por teléfono.
—¿Y qué le dirías?
—Para empezar, me disculparía por comportarme como una histérica.
Paula empezó a caminar de un lado a otro.
—Sí, tienes razón… le llamaré esta noche y le pediré disculpas. Veré si acepta mi rama de olivo.
—Una idea excelente.
—¿Y qué pasará si no es verdad, si no ha cambiado? Puede que solo haya dicho eso para quedar bien con los oyentes de la emisora.
—Es una posibilidad, sí, pero no saldrás de dudas hasta que hables con él.
—Tienes razón. Debo hablar con él.
—Magnífico.
—¿Puedo quedarme a dormir en tu casa?
—¿En mi casa? ¿Es que vas a venir a Chicago? —preguntó con extrañeza.
—Sí, he decidido que hablar por teléfono con Pedro no sería suficiente. Quiero hablar con él en persona. Iré a verlo a primera hora de la mañana.
—Eres muy valiente…
Paula no se sentía nada valiente. Sabía que, si había malinterpretado las palabras de Pedro, se iba al llevar una gran decepción.
Pero tenía que arriesgarse.
Wowwwwwwwww, qué buenos los 6 caps. Me intriga saber qué va a pasar jaja
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